Khadi Oaxaca es una marca de moda lenta que presenta una manera sustentable, y bajo un comercio justo, de consumir moda en medio de un sistema que pondera la rapidez encima del cuidado ambiental y el trato justo
Por Paula Hernández Gándara / LadoB
En un pequeño pueblo de Oaxaca suena el ruido de una rueca que hila algodón. Entre pedaleos y manos que sostienen la fibra cruda, se forma un carrete nuevo. El algodón es criollo, de ese que tiene un color café (su color natural) y viene de la costa chica para ser trabajado por mujeres de San Sebastián Río Hondo.
Es con este algodón que Khadi Oaxaca, una marca de ropa slow fashion, crea sus prendas. Khadi surge en respuesta a dos grandes necesidades: mantener viva la cultura de la comunidad, y tener un trabajo sin tener que irse a la ciudad y sin salir de casa, dice Eliseo Ramírez, Cheo, uno de los pioneros del proyecto.
En un país donde las marcas de fast fashion (moda producida en masa, a bajo costo, entre periodos de tiempo muy cortos y que fomenta un consumo excesivo de ropa) han crecido exponencialmente, este tipo de proyecto presenta una alternativa de consumo sustentable, dentro de una cadena de producción justa.
Y es que tan solo entre 2006 y 2018, se construyeron 108 plazas comerciales en la Ciudad de México, de acuerdo con Greenpeace; lugares en donde, precisamente, abundan tiendas de fast fashion, como Zara, Bershka, Pull and Bear, Massimo Dutti (del conglomerado Inditex), H&M, Gap, Mango, entre otras.
México se ha convertido en la nación de Latinoamérica con más centros comerciales. Y, además, “es el país que más compra productos del complejo español de vestido y calzado Inditex”, según la misma ONG.
Khadi, a diferencia de estas marcas, es un proyecto social y una empresa en el mundo de la moda, confiesa Kalindi Attar, una de sus creadoras. Su trabajo abarca desde cultivar el algodón hasta confeccionar las prendas que venden tanto en su tienda física, en San Sebastián, como en internet, a través de su página oficial.
Es un proyecto social porque en la creación de estas prendas colaboran alrededor de 300 mujeres artesanas que hilan el algodón en su tiempo libre, a quienes se les paga de manera justa, esto es el doble de lo que comúnmente reciben.
También trabajan directamente con las personas que producen los tintes naturales, a quienes se les paga el precio de venta, el que ya dan en tiendas: “Por ejemplo, venden el añil; si alguien compra al mayoreo en mil 500 pesos, lo venderían en 2 mil pesos [en una tienda]. Nosotros les pagamos directamente los 2 mil al productor”, dice Cheo.
Estas prácticas que echan mano del trabajo en comunidad (el hilado a mano y el teñir con materiales naturales), que son poco comunes para estos tiempos, es lo que diferencia a Khadi de lo que podemos encontrar en cualquier centro comercial; es, en pocas palabras: una marca slow en un sistema donde impera el fast fashion.
Los daños al planeta y a la gente que trabaja
Para Kalindi, es importante reconocer “nuestro poder en lo que compramos, porque sí es un poder”. Ya que cada vez que compramos algo estamos apoyando a la moda, a ella le gustaría “dar alternativas a esas industrias que están haciendo daño a la gente y a la Tierra”.
Lo que dice Kalindi es cierto: el fast fashion ha demostrado ser dañino tanto para el medio ambiente como para las personas que confeccionan prendas bajo este sistema de producción veloz.
En cuanto a los daños al planeta, por ejemplo, se sabe que la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo, de acuerdo con la ONU, tan solo detrás de la industria petrolera. Y que la producción de ropa se duplicó entre 2000 y 2015: según la Fundación Ellen MacArthur, alrededor de 50 mil millones de prendas se fabricaron en el 2000, pero quince años después se elaboraron más de 100 mil millones, informa Greenpeace; por lo que las emisiones de carbono de la industria de la moda son más contaminante que el transporte aéreo y marítimo internacionales, según la ONU.
En Kadhi, por su parte, es muy importante el cuidado de la tierra y los materiales que se utilizan, pues éstos no solo son orgánicos, sino que se procura que todo lo que se toma de la tierra sea regresado a la naturaleza. Por ejemplo, cuando se utiliza el algodón criollo, el primer paso es despepitarlo a mano, pero para la marca es importante que las artesanas que trabajan el algodón “guarden las semillas para la plantación del próximo año”, dice Cheo.
Por otro lado, acerca del daño a la gente que trabaja en el sistema de producción del fast fashion, se sabe que los salarios que reciben las personas por su mano de obra es extremadamente bajo: el 98 por ciento no gana el sueldo mínimo; el sueldo promedio que reciben es de 80 pesos al día, cuando la moda rápida genera ganancias de hasta tres trillones de dólares al año, documenta Endémico.
Estas personas viven en una precariedad que dificulta un estilo de vida saludable, donde se respeten sus derechos laborales y humanos. Precisamente, acerca de esto, Lucía Fernández, bioquímica clínica especializada en los ámbitos de consumo y sus afectaciones en el medio ambiente, comenta: “las empresas simplemente deciden poner sus fábricas en donde la mano de obra sea más barata [donde paguen lo mínimo]”.
En cuanto al trabajo en Khadi, Cheo explica que son 14 las personas que se dedican especialmente a la construcción de las prendas (aparte de las 300 artesanas que hilan el algodón); ellas han tomado cursos para aprender a manejar desde una aguja hasta una máquina de casa. “Confeccionamos en comunidad, trabajamos en equipo”, agrega.
Por su parte, Kalindi confiesa que ahora pagan “casi el cuádruple” de lo que una persona recibe por el trabajo que se hace para la marca. Pagan justo desde quien siembra el algodón, a quien lo hila, lo tiñe, y hasta quien construye las prendas.
Asimismo, acerca del costo de las piezas que venden, comenta: “Muchos dicen que la ropa es cara, [pero] es el costo real. Porque si uno compra barato, no está incluido el costo real: pagar poco a la gente, dañar muchísimo a la Tierra. Entonces nosotros estamos pagando el costo real: apoyar a la gente, al equipo que trabaja”.
Para ellos, una misión grande es apoyar a los artesanos: “lo hacemos con donaciones, y otra parte con la venta”, agrega Kalindi.
Es precisamente en todo esto que se encuentra la diferencia entre lo que consumimos de manera desmedida y aquello que podemos llegar a atesorar, por ser único, como las piezas de Khadi. Es, como dice Kalindi: “Algo que representa algo tan tradicional [y] que apoya a tanta gente de una forma justa”.
La falta de transparencia en México
A pesar de que se tienen algunos datos acerca de la manera en que la industria de la moda contamina, y la precariedad laboral provocada por el fast fashion, hablar acerca de esto es complicado, y si lo centramos en México, mucho más.
A diferencia de las empresas de slow fashion, como Khadi, que hacen público de dónde provienen sus materiales, así como la información de a quiénes contratan y qué filosofía de trabajo siguen, las marcas de ropa rápida fallan en ser transparentes.
Ya que no hay total claridad en cuanto a las prácticas de producción de las grandes empresas de moda, lo que se sabe, hasta ahora, se ha dado a conocer por su negligencia. En los últimos años, por ejemplo, se han suscitado eventos como el desastre en 2013 en Plaza Rana, Bangladesh, donde más de mil personas murieron enterradas por el desplome de una maquila clandestina.
Acerca de esto, Adriana Quiroz, coordinadora de la Licenciatura en Diseño Textil de la Ibero Puebla, comenta: “Muchas veces las fábricas están en las mejores condiciones del mundo, pero [las empresas] subcontratan a gente (…) que está en sus casas, a la que les pagan dos pesos, las que están absorbiendo todos los químicos. Entonces te vas con esa finta. Y cómo puedes saber a quiénes subcontratan”.
Hasta hace apenas un par de años, Fashion Revolution —una iniciativa que nació a partir del desastre en Bangladesh— lanzó el primer Índice de Transparencia de la Moda a nivel mundial.
Este Índice evalúa: políticas y compromiso social y ambiental; gobernanza; rastreo de la cadena de suministro; conocer, mostrar y arreglar (diligencia debida y reparación de la cadena de suministro); y, temas destacados (condiciones de trabajo, consumo, composición del producto/material y clima).
Gracias a esto, empresas como H&M han podido mejorar, de alguna manera, sus prácticas de producción y han sido más honestas con sus procesos de elaboración de prendas, lo que ha significado un gran avance para la industria.
Pero en México, lamentablemente, son pocas o nulas las cifras acerca de cómo trabajan las grandes empresas mexicanas o extranjeras de moda rápida que se establecen en el país para vender.
Apenas el año pasado se publicó el primer Índice de Transparencia de la Moda en México, elaborado también por Fashion Revolution, un parteaguas para empezar a hablar sobre este tema en el país. Sin embargo, este dio a conocer que las marcas mexicanas de moda solo demuestran un promedio de 7 por ciento de transparencia en sus prácticas, cuando el promedio mundial es de 20 por ciento.
Además, muchas de las 20 marcas seleccionadas para ser evaluadas en cuanto a sus niveles de transparencia, arrojaron un 0 por ciento, es decir, no dan cuenta, en ninguno de los rubros, acerca de sus prácticas de producción.
Esto vuelve difícil conocer la magnitud del problema en México, pero justamente da cuenta del mismo: cómo podemos mejorar las prácticas y los impactos medioambientales si no hay información de lo que está sucediendo.
Consumir diferente
Si bien el panorama en cuanto a qué tanto contamina la industria de la moda en el país no se puede dimensionar del todo, así como las prácticas laborales detrás de la moda rápida, lo cierto es que hay otras maneras de consumir ropa de manera sustentable y bajo un comercio justo.
Consumir ropa hecha a mano y local, es un ejemplo de ello. Al respecto, Kalindi dice: “Si todos empezamos a comprar menos a las [grandes] industrias tendrá un gran impacto mundialmente. Por ejemplo, Khadi está hecho a mano desde la siembra, pero yo tengo mucha otra ropa que está hecha a mano [de otras marcas], y eso ya representa para mí algo diferente. Hay que apoyar lo hecho a mano; poco a poco ver qué se hace”.
El reconocer este ‘ver qué se hace’, que menciona la creadora de Khadi, responde justamente a una mayor conciencia de lo que el consumo desmedido de la moda está provocando.
Al respecto, Adriana Quiroz comenta: “Si ya te diste cuenta [de los efectos del fast fashion], a lo mejor puedes ser un factor de cambio, a lo mejor puedes influir de cierta manera, abriendo brecha para que las cosas mejoren. La cuestión es que seas consciente”.
Pero parte de ese reconocimiento requiere, precisamente, el estar informados, pues si nosotros no sabemos de toda esta problemática, entonces cómo podríamos luchar para que mejore, agrega Quiroz.
Ahora ya existen varios modelos en donde se busca la recuperación de un producto antes de desecharlo y la economía es circular, es totalmente recuperable, comenta por su parte Lucía Fernández, “ahí se supone que absolutamente nada tiene que ser desperdicio”, lo que presenta ya una mirada distinta a cómo consumimos.
Estos modelos corresponden al uso de ropa de segunda mano, la ropa intervenida, el intercambio de ropa. En el caso particular de la intervención, incluso cada persona puede realizarla. “En el momento en que ya no me gusta esta blusa pues qué tal que la parto en pedacitos, y estos pedacitos se los pongo a otra blusa y ya generé una nueva blusa”, dice Quiroz.
Estas maneras de consumo aún están creciendo pero prometen ser una alternativa para adquirir prendas sin dañar tanto al medio ambiente o procurar la precariedad laboral; son un paso para generar un cambio, comenta la coordinadora, “es cambiarnos un poco el chip”.
Así lo ve también Kalindi, pues para ella es cambiar el cómo vemos a la moda, porque para cada persona es muy personal, es lo que le representa, “entonces yo puedo ser un ejemplo y buscar compañías sustentables, ecológicas, por lo que representan”, dice la creadora de Khadi.
Se trata de empezar a cambiar eso que las industrias grandes han cambiado en nuestra manera de pensar sobre estos temas, agrega, y que deberíamos retomarlos como nuestros. Se trata, simplemente, de: “reflejar quién soy con mis acciones de compra y valorar [las prendas]”.
Ya sea desde comprar ropa en una pequeña tienda en un rincón de Oaxaca, hasta comprar prendas de segundo uso o interviniendo las nuestras, solo tenemos que disminuir nuestro paso y caminar lento, en medio de un imperio donde la moda se mueve rápida.
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Este trabajo fue publicado originalmente en Lado B que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.