Hay varias lecturas sobre la orden de prisión preventiva para Emilio Lozoya, exdirector de Pemex: obligarlo a entregar la información, un intento de salvar la cara por parte del fiscal Alejandro Gertz o la prevención de daños ante la próxima visita de AMLO a la ONU
Alberto Najar / Twitter: @anajarnajar
Julio de 2020. Emilio Lozoya Austin aceptó ser extraditado desde España, donde permanecía encarcelado por su vinculación al escándalo Odebrecht.
Por esos días hirvieron las ya de por sí agitadas aguas de la política mexicana. Las especulaciones inundaron redes sociales, artículos de opinión, columnas, declaraciones.
Se dijo que el exdirector de Petróleos Mexicanos (Pemex) traía miles de documentos comprometedores.
Que en sus maletas había videos que mostraban la entrega de fajos y fajos de billetes para entregarse a exfuncionarios, legisladores, periodistas, gobernadores.
Será “un temblor político”, festejó el coordinador del grupo parlamentario de Morena en el Senado, Ricardo Monreal.
El mismo presidente López Obrador, en sus conferencias matutinas, pidió al respetable público que permanecieran en sus asientos porque el espectáculo estaba por iniciar.
“Es mucho más fuerte que una serie de televisión, es una denuncia muy grave” fue el aviso.
Ya pasaron más de 15 meses y del chorro de evidencias que se esperaban, Emilio Lozoya soltó apenas un chisguete… Hasta ahora.
Porque el exdirector de Pemex se encuentra encarcelado en el Reclusorio Norte por orden del juez que atiende el caso.
La prisión preventiva que se le impuso es el eslabón más reciente de una cadena de escándalos que empezó a tensarse hace unas semanas, cuando se publicaron imágenes de Lozoya Austin en amena plática con un grupo de amigos.
Para los opositores al presidente Andrés Manuel López Obrador, la cena en el lujoso restaurante Hunan fue alimento para su campaña de odio, concentrada entonces en la estrategia anticorrupción del gobierno federal.
Por esos días se difundió el Índice Global del Estado de Derecho, elaborado por la organización World Justice Project que ubicó a México en el lugar 113 de los 139 países que se midieron.
La famosa cena indigestó a la 4T. El Pato Pekín que degustó Lozoya amenazaba con volverse un misil para el obradorismo.
Por eso la decisión de la Fiscalía General de la República (FGR) de solicitar el encarcelamiento de su testigo colaborador.
Oficialmente el argumento fue que no hay señales de un intento serio por parte de Emilio Lozoya para reparar los daños por sus decisiones en Pemex, como la compra de la empresa chatarra Agronitrogenados.
La FGR también dijo al juez que el inculpado tenía acceso a una cuenta bancaria en el extranjero, con al menos dos millones de dólares, así como contactos con amigos y familiares que podrían facilitar su huida.
Es cierto. Pero hay otras razones. Una de ellas es una vieja maniobra policíaca: aplicar presión al acusado para que suelte la lengua.
No es lo mismo dormir en una residencia de Las Lomas de Chapultepec que en la cama de cemento de una celda.
Ni tampoco se comparan los tacos de hoja de lechuga con piel de Pato Hunan y salsa agridulce, que el rancho (comida) maloliente que se sirve en las cocinas de la cárcel.
Menos las del Reclusorio Norte, famoso porque es una de las prisiones más duras y con peores condiciones en Ciudad de México.
La FGR, pues, decidió darle calor a Lozoya Austin para doblarlo, sacar ventaja de la vida de mimos y lujos que siempre ha tenido para obligarle a entregar la información que dice tener.
La técnica del carcelazo es una lectura al súbito encarcelamiento del exdirector de Pemex. Otra es la ceremonia del próximo 9 de noviembre en Nueva York.
Ese día el presidente López Obrador habla ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que en este período de sesiones preside México.
El tema de su discurso es la lucha contra la corrupción, algo que ha sido cuestionado desde hace semanas por sus opositores.
Sería complicado que se presentara en tal escenario con Lozoya en las calles, no sólo por el mensaje de aparente impunidad en un país donde el 98% de los delitos no se resuelven.
El tema de fondo es que el exdirector de Pemex está vinculado a los sobornos entregados por la constructora Odebrecht, algo que el Departamento de Estado de Estados Unidos define como el mayor escándalo de corrupción de la historia.
En algunos países el caso provocó la detención de expresidentes y la renuncia de altos funcionarios.
Hasta antes de la orden de prisión preventiva a Emilio Lozoya, México era el único sitio donde ninguno de los involucrados había pisado la cárcel.
Una tercera lectura es que el exdirector de Pemex no es el único a quien le metieron presión.
Desde hace meses el fiscal Alejandro Gertz Manero se encuentra en el centro de la polémica. Algunas de sus acciones -y la falta de éstas- han derivado en cuestionamientos y golpes políticos contra López Obrador.
Uno de los temas que más cala es la forma como la Fiscalía ha actuado en el juicio contra el exdirector de Pemex.
Algo que hizo crisis el lunes siguiente a la revelación de la polémica cena en el restaurante Hunan. En su conferencia matutina el presidente se mostró extrañado por la lentitud del proceso.
La aparición pública de Lozoya fue legal, dijo, “pero es inmoral el que se den estas cosas. Es una imprudencia para decir lo menos, un acto de provocación”.
Y luego envió un mensaje al fiscal Gertz: llegó el momento de resolver el caso. “Espero que le alcance el tiempo, y que todo esto se aclare y se haga justicia”, dijo.
Semanas después, en la primera audiencia a la que se presenta Emilio Lozoya, la FGR pidió de último minuto encarcelar al inculpado.
El juez José Artemio Zúñiga aceptó la petición, pero fue más allá. Desde el primer día del juicio, dijo, el caso ameritaba una medida de prisión preventiva.
No la pidió la Fiscalía y por eso el exdirector de Pemex permaneció libre. Pero del plato a la boca se cae la sopa.
A Lozoya le arrojaron la cuenta antes de concluir la cena. Ni chance tuvo de pedir el postre.
***
Alberto Najar. Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service. Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.