Opinión

11 de agosto




agosto 12, 2022

Los acontecimientos violentos de este 11 de agosto dan cuenta que el Estado está debilitado en Ciudad Juárez

Por Hiram Camarillo
Twitter: @jh_camarillo

Cuando un amigo o familiar de otro lugar te mensajea para saber si estás bien en una ciudad de un millón y medio de habitantes al ver lo transmitido en los medios de comunicación y no se está hablando de un desastre natural, es porque la violencia escaló y superó al Estado.

Hoy, 11 de agosto, cerca de las siete de la tarde en Ciudad Juárez los negocios son cerrados y las actividades escolares son suspendidas. Mañana la universidad operará en modalidad virtual. No son los climas extremos de este desierto, tampoco es un virus proveniente de China. Es un motín en el Cereso con decesos, procedido de explosiones en tiendas de conveniencia con mujeres inocentes muertas, ruteras incendiadas, balaceras en las principales avenidas y locales comerciales. Juárez no recuerda tantas acciones simultaneas de violencia. Tanto la Guardia Nacional como la policía estatal y municipal fueron rebasadas ante los ojos de los ciudadanos.

Hoy retornaron plenamente los ataques indiscriminados en donde los sicarios ya no muestran la intención de discernir. Otra vez se transita del crimen organizado al terror. La duda de calificar o no estos atentados como terroristas denota de inmediato la pérdida de inocencia que está viviendo la sociedad. Sin embargo, sumado lo ocurrido en Jalisco y Guanajuato, a las cosas hay que llamarlas por su nombre. México está viviendo el fenómeno de la utilización del terrorismo como un método del crimen organizado, aun cuando estos grupos carezcan de un carácter ideológico.

Mientras escribo estas líneas, un conocido me dice que acaba de circular cerca de una balacera en la Av. Ejército Nacional. Son cuatro los asesinados según las primeras notas, trabajadores de MegaRadio.

Volvemos a la sensación de una tarde del 2010, cuando después de pasar por un inútil retén militar y estar alertas ante balaceras, agradecíamos llegar a casa después de un día de escuela o labores y prendíamos el noticiero para ver las notas sobre la cantidad de homicidios en el día. Oraciones religiosas circulan en redes sociales, a la vez de mensajes que tratan de infundir terror sobre próximos ataques en la ciudad; mensajes que desbloquean recuerdos de aquellas cadenas de correos electrónicos donde alertaban de un toque de queda el fin de semana.

Las notas amarillistas en Facebook y la televisión alarmista no reparan en ser indolentes y buscan el clic o rating inmediato; pero sí son sumamente atentos de no criticar con demasía a las autoridades dependiendo de los contratos de publicidad de gubernamental.

Este verano no será recordado por la celebración del Santo Patrono San Lorenzo ni por las celebraciones del aniversario luctuoso de Juan Gabriel. Se unirá al verano de terror del 2010 cuando un coche bomba explotó en la 16 de septiembre y Bolivia.

Los organismos empresariales de las maquiladoras no tardarán en condenar la violencia. Esa cultura industrial de las maquiladoras que concibe a los trabajadores solo como piezas mecánicas. Empresas que hipócritamente, más allá de la búsqueda del beneficio individual, jamás se involucran en la resolución de los problemas sociales, ni promueven formas de organización que favorezcan la gobernabilidad en momentos de alta vulnerabilidad.

Espero equivocarme y que lo sucedido hoy no sea el punto de partida para la cancelación de la vida social de la ciudad ante una situación generalizada de violencia, extorsiones, secuestros, asesinatos, abusos policiacos y militares, en un ambiente de total impunidad. Resultan irrisorias las palabras de la gobernadora que apenas ayer con bombo y platillo presentaba el inicio del proyecto de la Torre Centinela y con una sonrisa pronunciaba que en Chihuahua la fuerza del Estado es suficiente para dar la paz.

Durante los próximos días tanto en las autoridades como en los ciudadanos, imperará el discurso simplón que dice que somos más los buenos que los malos en esta bella ciudad. Ese es un discurso escapista. No romanticemos, la realidad dista de ser una canción de Juan Gabriel sobre esta frontera. Por un lado, la impunidad y la negligencia de las autoridades han sido continuas y vergonzosas. Por otro lado, salvo el involucramiento cívico de la década de 1980 durante campaña de la desobediencia civil, la población de esta ciudad podrá ser apaleada una y otra vez por sus gobernantes y el narcotráfico, y colectivamente no pasará nada. Varias razones se han conjugado para evitar la generación de una masa crítica.

Fuera de las eternas discusiones entre izquierda y derecha, sobre cuáles funciones que debería cumplir un gobierno, todos coinciden en que el Estado debe dar seguridad a los ciudadanos. Los acontecimientos del 11 de agosto dan cuenta que el Estado está debilitado en esta ciudad. Increíblemente, después de ocho horas del inicio del desastre, ninguna autoridad de ningún nivel de gobierno ha hecho declaraciones hasta el momento. La razón: es imposible echarse la pelota de uno a otro. Sin poder tomar raja política, no les quedará más que apelar a la unidad en sus comunicados de mañana.

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