Opinión

No me puedo morir, ¡Soy un niño!




agosto 14, 2022

Se profundiza el dolor cuando se conocen detalles de los horribles momentos generados por últimos hechos de violencia registrados en Ciudad Juárez…Al conocer los detalles, el corazón se parte en pedazos y no queda más que llorar para resurgir con la convicción de seguir adelante

Por José Mario Sánchez Soledad

Ciudad Juárez– Ocupar un puesto de liderazgo en una comunidad facilita el acceso a la información.  Todos los días recibe uno datos y contenido de todo tipo, buenos y malos. Lo anterior le permite a uno desarrollar un sentido de la realidad y del entorno.

Esto se convierte en un privilegio porque se desarrolla la capacidad de tomar mejores decisiones y hasta abre la posibilidad de marcar rumbos. Pero también genera momentos de terrible soledad y sufrimiento, al conocer sobre el dolor, el sufrimiento y la complejidad de la realidad social y humana comunitaria. Me imagino que es algo aproximado a lo que deben de sentir los sacerdotes al confesar, darse cuenta de la mezquindad humana y la realidad de nuestros pecados.

A raíz de los últimos hechos de violencia, se ha usado el término terrorismo. Este concepto se define como una forma violenta de lucha, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general. Es cierto que en anteriores ocasiones, en eventos violentos en esta ciudad han muerto civiles inocentes. Sin embargo en esta ocasión fue evidente el ataque dirigido hacia ellos, con la intención de intimidar a la población. Lo anterior fue evidente horas después de los sucesos, al ver nuestras calles solas y comercio cerrados.

Se profundiza en el dolor cuando se conocen detalles de estos horribles momentos. Al conocer información sobre lo que vivieron las víctimas, sus familiares, sus amigos, los cuerpos de seguridad que atendieron los eventos, los testigos. Al conocer los detalles, el corazón se parte en pedazos y no queda más que llorar para resurgir con la convicción de seguir adelante.

Especialmente me impactó la historia de niño de 12 años asesinado junto con su papá en la tienda de conveniencia de la Carretera Casa Grandes. Estos datos los conocí por un cliente mío, que tristemente le tocó atender a los heridos momentos después del ataque.

Me impactó mucho la frialdad y dureza de su relato, me lo comentó casi de pasada, en un esfuerzo de olvidar y poder sobrevivir emocionalmente la experiencia.

Fotografía: Tomada de Omnia

Me comentó: “Después de los balazos corrimos a auxiliar a los balaceados. Ahí estaban el papá y su hijo, tirados. El niño luchó por su vida, me decía que él no se quería morir, que él no se podía morir, que era un niño. Me sorprendió la frialdad de los policías y el seguimiento de protocolos que no les permite tocar a los heridos o prestarles primeros auxilios hasta que llegaran los paramédicos. Al niño se le iba la vida, no aguanté, lo tome entre mis brazos lo subí a mi vehículo y me lo lleve al hospital. El niño se iba muriendo y luchaba por su vida. Llegamos al hospital y tristemente no resistió. Llevaba varios balazos, dos en el abdomen”.

Por lo regular, por respeto a las víctimas no comparto las fotografías que a veces acompañan los relatos, pero en esta ocasión lo hago para que no se nos olviden los agravios. Mi cliente es el hombre sin camisa, de pie. Gracias a él, por su buen corazón y valentía. La palabra exigencia hacia la autoridad, para que haga su trabajo, se queda corta.

Descansa en paz criatura de 12 años y que Dios le dé el consuelo a tu madre.

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