Especial

Amapola en la Sierra Mixe: el embarcadero estratégico al Golfo de México y el transístmico



lunes, septiembre 5, 2022

En la Sierra Mixe desde la década de los ochenta hay registro de siembra de amapola. Sus carreteras y caminos escondidos sirven como rutas de trasiego de goma de opio al centro del país y a los mares del Atlántico y el Pacifico, a pesar de que la siembra de drogas en las comunidades se castiga con el destierro.  Desde hace cinco años los pactos internos entre autoridades, sembradores e intermediarios se han roto por la violencia que ejercen grupos paramilitares que buscan controlar el territorio. Violencia que el gobierno disfraza de conflictos sociales

Por Antonio Mundaca / El Muro Mx*

Santa María Tepantlali, Oax– La Sierra Mixe de Oaxaca es un laberinto. Sus carreteras son serpientes extendidas en la niebla, corredores de aceras de piedra blanca y hierbas crecidas. Sus comunidades son como países minúsculos, intrincados, clavados en el bosque húmedo con gobiernos propios, elegidos en asambleas, y reconocidos por el Estado mexicano desde 1995 bajo el sistema normativo indígena. Para su autodefensa se han protegido con topiles, policías comunitarios que al paso del tiempo se han ido armando y vigilan las entradas y salidas de los pueblos.

Por siglos, la convivencia entre estas comunidades ha sido regida por una diplomacia construida por música de viento, fiestas patronales y la palabra jurada. También hay un largo proceso de desplazamiento interno, forzado por el despojo de terrenos a través de invasiones entre comunidades, terrenos buenos para la siembra, y otros escondidos entre barrancas. Y sin secretos, en reuniones entre serranos, hilos de pólvora apuntan a que el problema de fondo para los que siembran ilegalmente  en Oaxaca ante el abaratamiento de la goma de opio  y la caída del precio de la marihuana, son los mismos que en Guerrero: la pérdida del trabajo como mano de obra en los sembradíos, y el incremento de la violencia por el reacomodo de las relaciones entre productores rurales e intermediarios, entre los gobiernos comunitarios, el gobierno estatal y células del narcotráfico que intentan controlar el territorio.

Tierra comunal que los mixes consideran sagrada y lleva décadas atravesada por la violencia que ejercen grupos paramilitares para apoderarse de sus terrenos, sus plantíos y sus casas, a través de asesinatos, desaparición forzada, violaciones a los derechos humanos, el secuestro y la tortura que el gobierno disfraza de conflictos sociales, para dejar el territorio en manos armadas.

Los soldados entran a sus territorios como ladrones

El Ejército entró a la Sierra Mixe por la noche. Desplazó dos camionetas artilladas, vehículos modificados que usa el ejército como símbolo de poder contra el combate al narcotráfico, que incluye una ametralladora multicañón y lanzagranadas.

Treinta soldados rodearon el monte para avanzar sobre las cumbres. Se abrieron camino durante 16 horas entre los árboles hasta encontrar con sus datos de cartografía militar, 195 plantíos de amapola y 25 de marihuana en una extensión de cuatro hectáreas. De acuerdo  con el reporte oficial publicado el 16 de abril de 2018 por la 28 zona militar perteneciente a la octava región ubicada en la zona metropolitana de la ciudad de Oaxaca, fue un “decomiso exitoso”.

Para los comuneros de Santo Domingo Tepuxtepec, los soldados entraron a sus territorios como ladrones.

–El Ejército llegó a Tepuxtepec a intentar imponer su ley como si no conociera cómo funcionan las cosas aquí.  Llegaron en tres camionetas largas donde había soldados sentados de lado y lado en los linderos de la comunidad, y no pidieron permiso a la autoridad. Ahora lo hacen una y otra vez –nos contó Gabino, un viejo sembrador de amapola al que tuvimos que ver en un pueblo ubicado a 25 kilómetros de su lugar de origen. Nos cambió el lugar de la primera cita en la carretera de Colonia Minas por cuestiones de seguridad.

Era nuestro segundo viaje a la sierra y nos pidió que no fuéramos a Tepuxtepec, un pueblo de mil 900 habitantes donde todos habrían sabido que lo vimos.

Nos alcanzó a las afueras de un hotel en San Pedro y San Pablo Ayutla, a las 11 de la noche. La calle estallaba todavía con petardos porque en la localidad realizaban calendas por las fiestas de San Pedro Apóstol, el 25 de junio. Mezclado entre la gente, nos pidió que habláramos al costado de su camioneta Toyota Hilux. Tenía prisa. Nosotros, cansados del viaje, queríamos también guardarnos de los cohetes y la procesión que alumbraba las calles.

Bajo de estatura, llevaba una impecable camisa blanca que le cubría las muñecas. Gabino hablaba con nosotros intranquilo, con sobresalto, engañando al frío frotándose las manos. Durante la hora y media que platicamos, nos dio la sensación de que buscaba entre las siluetas del pueblo a una horda de asesinos. 

Desconfiado, su plática se centró en el papel del Ejército y sus incursiones cada vez más frecuentes a territorios sagrados. Sobre sus actividades no quiso abundar. 

–Hablar con los que siembran es meterte con gente peligrosa –se escudó.

Gabino nos explicó que las comunidades les pagan a los soldados por la protección y el patrullaje.

–Cuando vienen los soldados por la buena, pasan con la autoridad de cada comunidad para hacer campamento, entonces bajo ese acuerdo ellos acampan a las afueras del pueblo y patrullan. El Cabildo, la autoridad municipal, les da gasolina y comida, pero no se meten en otros asuntos –relató apresuradamente.

Dijo que en la sierra los comuneros siempre saben cuándo llegan los militares, dónde dejan sus armas en guarniciones, pero no les hacen nada mientras respeten los acuerdos.

–Cada vez que vienen, acampan en los mismos lugares –reveló Gabino.

Para él, todo el show montado por los militares y sus decomisos publicados en la prensa, son un pacto roto que ahora expone a una comunidad entera que siembra amapola para subsistir.  La conversación terminó. Gabino, un hombre pequeño, se subió a su camioneta muy grande con movimientos rápidos como de felino gateando sobre la hierba. “Hablar con los que siembran es meterte con gente peligrosa”: sus palabras calan como la neblina. En la Sierra Mixe parece que llueve el día y la noche.

Ataque armado para silenciar la siembra de amapola

En la capital oaxaqueña pocos supieron del asesinato del indígena mixe Luis Juan Guadalupe de un tiro en la cabeza el 5 de junio de 2017 en San Pedro y San Pablo Ayutla, municipio ubicado al norte de Oaxaca.

Poco, o casi nada se supo de la emboscada en la misma comunidad horas antes, que dejó decenas de heridos, varios de ellos fueron trasladados al Hospital Rural de Tlacolula de Matamoros, 64 kilómetros abajo sobre los caminos de la sierra. Los sobrevivientes pensaron que se quedarían sordos, que no iban a terminarse los tiros, y el mundo era ver caer a sus vecinos en zanjas, que iban a quedarse en penumbras y enterrados, sin ver a sus hijos morir.

Tampoco llegó a la opinión pública la violación de 4 mujeres mixes después de ser despojadas de sus tierras por un grupo paramilitar un mes antes en la misma comunidad que, con casi todo perdido, acusó al gobierno estatal oaxaqueño de proteger a los agresores del pueblo de Tamazulápam del Espíritu Santo -municipio vecino, a 6.6 kilómetros o 15 minutos por carretera- que los habían despojado de un manantial comunitario y se apoderaron de llanos estratégicos para el trasiego de drogas, también acusaron al gobierno estatal de mantener en silencio una red de siembra de marihuana y amapola que atraviesa las agencias municipales de El Crucero, llega a la zona rural de Costoche y termina en Santo Domingo Tepuxtepec, en lo profundo de la Sierra Mixe.

Nadie sabía de dónde habían salido tantas armas. Nadie parecía entender por qué un grupo armado defendía una parcela con agua, unas barrancas inaccesibles, cubiertas la mayor parte del año por el bosque lluvioso y la niebla.

Las guerras en la selva de la Sierra Mixe no tienen el impacto de las guerras en el desierto del norte mexicano. En la capital oaxaqueña y en México poco se sabe, con certeza, sobre qué tipo de ritos y violencias internas devoran a las comunidades.

***

Los Ayuuk siembra el fuego

–¿Tienes miedo? ¿Tienes miedo? –me pregunta insistente Ismael, un niño de 8 años que está a mi izquierda junto a otras 30 personas alrededor de un círculo de flores.

Frente a nosotros han decapitado una gallina y un guajolote criollo. Le han extraído la sangre en un balde limpio. Han echado sus cabezas en un hoyo en la tierra y mientras el cuerpo de los animales aún tiembla, les arrojan mezcal a lo que queda de sus picos.

Son las cuatro de la mañana. El pueblo Ayuuk de Santa María Tlahuitoltepec ha prendido fuego en el centro de la tierra. Un fuego sostenido por lajas de ocote. En las manos y la nariz se impregna el olor inflamable de su resina. Cada uno de los presentes hemos dicho frente a los otros nuestros deseos, hemos ofrecido nuestro respeto a los protectores de la casa , nos han dado pan, café, tortillas con salsa de chile guajillo y huevos hervidos, a los invitados a las fiestas católicas de la Ascensión. Nos preparamos para subir al cerro antes de que amanezca. Van a pedir a lo alto de la montaña, por la vida y la buena siembra. Serenos nos abren puertas hacia el otro lado del mundo.

–Cuando celebramos algo importante aquí siempre ofrendamos gallinas –me dice Ismael con los ojos pelones. Antes del sacrificio, las gallinas fueron bendecidas. La mujer encargada del ritual puso los rostros famélicos de las aves frente a nosotros, y nos untó sus cuerpos evocando los puntos cardinales de la tierra. Al norte los dioses; al este y al oeste, la representación del plano terrenal; y al sur, el inframundo. Al círculo de flores blancas le sigue otro con flores de colores. Apenas el viento mueve la bandera mixe de tonos amarillos y púrpuras, un lienzo con el rosto del Rey-Dios Kondoy en el centro, rodeado de serpientes y cinco flechas que simbolizan los 500 años de resistencia a la invasión extranjera. No nos distraen el fuego y el frío, es el canto de los gallos y los perros que aúllan, es la hierba santa.

Los estertores de las aves desangradas se aquietan. Los Ayuuk rezan con respeto, apenas sale el sonido de sus bocas. Le piden perdón a los animales por haberlos entregado a los espíritus, ha sido una ofrenda a los dioses antiguos, una solicitud de permiso al cerro sagrado del Zempoaltepetl para subirlo tras dos años de pandemia.

***

*Este reportaje forma parte del proyecto, Amapola en Oaxaca: Sembradores en la niebla que fue realizado con el apoyo de la Fundación Gabo y la Open Society Foundations , gracias al Fondo para investigaciones y nuevas narrativas sobre drogas (FINND).

El reportaje completo en estos enlaces:

https://sembradoresenlaniebla.elmuromx.org/
https://especiales.piedepagina.mx/sembradores-en-la-niebla

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