Opinión

Guacamaya Leaks: la tentación del odio




octubre 8, 2022

El hackeo a la Sedena puede servir para que las Fuerzas Armadas rindan cuentas. El periodismo es fundamental, pero en muchos casos implica recuperar la ética extraviada en su agenda política.

Por Alberto Najar
Twitter: @anajarnajar

Como pocas veces en la historia el periodismo mexicano tiene en sus manos la posibilidad de evitar, o propiciar, una crisis mayúscula al país.

La sustracción de millones de documentos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) ha provocado una especie de euforia en los medios del país.

Cada día se publican nuevas revelaciones de los archivos filtrados aparentemente por un presunto grupo de hackers identificado como Guacamaya.

En la lista de temas aparecen datos sobre la salud física del presidente Andrés Manuel López Obrador.

Hay informes sobre la designación de funcionarios aparentemente vinculados con organizaciones de delincuencia organizada, como ocurrió en Morelos y Tabasco, por ejemplo.

En la avalancha de notas se detalla el proyecto para que la Sedena administre una aerolínea comercial que sustituya a la desaparecida Mexicana de Aviación.

Hay medios que cuentan de regalos costosos a funcionarios y algunos más revelan que la iniciativa de incorporar a la Guardia Nacional al Ejército no nació en la Cámara de Diputados, sino en las oficinas de la Secretaría de la Defensa.

Hay una especie de competencia entre los medios que -aseguran- han tenido acceso a las filtraciones. Es peligroso.

En la carrera por difundir cada vez más notas sobre los archivos existe un alto riesgo de que no se tenga cuidado de aplicar el mínimo rigor periodístico a las publicaciones.

Hay muchas posibilidades de que se imponga la agenda política, económica o ideológica de los medios y periodistas antes que la verificación puntual y estricta de los datos.

Para decirlo claro: es muy probable que ante las filtraciones de los llamados Guacamaya Leaks, se imponga el odio antes que la ética periodística.

Y eso puede ser sumamente grave porque el costo no será un mayor desprestigio para quienes elijan esta vía, sino la eventual pérdida de vidas humanas.

Entre los millones de archivos hackeados se encuentran documentos con los nombres y ubicación de responsables militares de operaciones contra la delincuencia organizada.

Es información que algunas bandas y carteles pueden utilizar para asesinar a quienes les provocaron pérdidas o capturaron a sus dirigentes, por ejemplo.

De lo que se sabe hasta ahora, en las filtraciones hay detalles de operaciones en activo, o de estrategias confidenciales para ubicar a bandas altamente peligrosas.

Difundir a la ligera, sin el cuidado necesario que exige el rigor periodístico puede generar problemas a comunidades enteras del país.

Varios activistas de las redes sociales e internet insisten en este riesgo. No es una advertencia gratuita.

Algunos de quienes el grupo de hackers han entregado la información son claramente adversarios al gobierno de López Obrador.

Son medios que desde hace casi cuatro años han difundido noticias falsas, historias manipuladas o que contribuyen en sus espacios de análisis a la propagación de odio.

Hace rato que extraviaron la ética y el rigor periodístico. Difícilmente lo van a recuperar con los Guacamaya Leaks.

La evidencia más clara es que muchas de las notas que han publicado se refieren a acciones vinculadas con la 4T.

No hay, hasta ahora, informaciones sobre la actuación de los gobiernos de Enrique Peña Nieto o de Felipe Calderón.

Es difícil creer que no existan esos datos en los millones de documentos sustraídos a la Sedena.

Hay un elemento adicional. En el análisis sobre el origen de la filtración, varios advierten la extraña coincidencia de que los hackers eligieron a gobiernos vinculados a la izquierda, como Colombia, Chile, Perú o México.

Son los mismos que señalan el lamentable papel de la OEA, o cuestionan la política de Estados Unidos contra el tráfico de drogas, por ejemplo.

Quienes señalan esa coincidencia sostienen que los Guacamaya Leaks son, en realidad, parte de una acción continental para desestabilizar a gobiernos progresistas.

Si ese es el objetivo real tienen en sus manos elementos que les pueden ser muy útiles. Las fuerzas armadas de todos los países son fundamentales para cualquier país.

En el caso de quienes ahora sufrieron y por sus condiciones políticas actuales, el ataque de los hackers es elemento que cobra una importancia todavía mayor.

En tal escenario difundir la información sensible de las filtraciones, sin rigor periodístico, con ausencia de ética, afanes de revancha o fines electoreros es contribuir a esa estrategia.

Es probable que en los medios que han publicado los documentos sustraídos a la Sedena hayan analizado todos los escenarios, y que se tomó la determinación de privilegiar el interés periodístico.

También es probable que existan casos donde lo importante es la agenda política, esparcir odio con la idea de que se ganan votos al desestabilizar el gobierno.

De todo hay. Lo único claro es que el periodismo mexicano enfrenta un serio desafío, mayor inclusive a la crisis que padece desde hace varios años.

No se trata de proteger a nadie. Las Fuerzas Armadas de México son de las más opacas de América Latina. Deben rendir cuenta de las atrocidades que han cometido.

Los medios tienen la oportunidad de empujar en ese camino. Pero también, si gana la tentación de la política, de la venganza o el odio, la filtración de archivos es una puerta a la impunidad.

De ese tamaño es el reto que enfrentan los periodistas mexicanos. Habrá que ver quiénes superan la prueba.

***

Alberto Najar. Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service. Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.

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