Con la vida digitalizada hoy sabemos todo de todos, menos la forma de ayudarnos como compañeros de existencia. En el mundo más interconectado hacen fiesta el egoísmo y la soledad
Por Miguel Ángel Sosa
Twitter: @Mik3_Sosa
Hoy el ocio es algo poco tolerado y muy criticado, de hecho, mucho más de lo que fue en épocas pasadas. En la actualidad lo peor que una persona puede hacer es no dedicarse a nada en específico ya que ese ciudadano, a los ojos de la sociedad, será considerado como poco productivo y de menor valía.
La especialización es la madre del progreso, suele decir el adagio y también la cultura economicista repetida hasta la saciedad. El supuesto camino hacia el éxito está marcado por pasos específicos dictados por alguien o algo que pocas veces es sometido al escrutinio de la verdad.
Mientras tanto, en la era digital en la que vivimos, la cual se caracteriza por moverse a una gran velocidad y con un rush de reinvención constante, las fronteras nacionales, personales y conceptuales se difuminan ante la mirada de la gente.
Lo que ayer era, hoy ya no es; lo que ayer fue, tal vez mañana vuelva a ser. Así, en la elipsis que supone una realidad en constante ir y venir, las estructuras culturales están puestas a prueba a todo momento.
En la vorágine que supone vivir el presente, la obligación de definirse a través del tamiz de modas, gustos o grupos, es un deber impuesto a todos por igual. Para ser hay que parecer, no importa si logras o no el objetivo. Triste pero cierto, el escenario de la contracultura bombardea a la masa desde todas las latitudes.
La identidad hoy se construye, no de forma exclusiva, pero sí primordial, con elementos adquiridos de un escaparate en donde brilla el título: “novedad”. La personalidad es un elemento en extinción a la que le cuelgan adornos variopintos que ocultan la verdadera esencia de las personas.
Quien quiera ser diferente está condenado a ser acreedor a ver un ejército de cejas levantadas como manifestación por su atrevimiento. Es entonces cuando la autocensura hace su aparición y corrige al carácter liviano que ocasionó tal desastre. Tan interiorizada tiene la gente la peligrosidad de la disrupción que ésta no es permitida ni en un mínimo reducto de la consciencia humana.
Así es como pasan los días en un mundo donde la complacencia es presentada como libertad, en la telenovela del país de los iguales, por lo menos en sueños y metas, pero no en dolores.
Con la vida digitalizada hoy sabemos todo de todos, menos la forma de ayudarnos como compañeros de existencia. En el mundo más interconectado hacen fiesta el egoísmo y la soledad. Hoy el ocio es algo poco tolerado y muy criticado, muy a pesar de ser medicina para las dolencias que se potencializan en una sociedad cada vez más artificial. El tiempo dirá si ser robots nos hizo felices.