Salvar a la vaquita marina ya es cuestión de vergüenza nacional, pero también de mantener al menos un atisbo de esperanza sobre la capacidad del Estado para actuar en materia ambiental y de biodiversidad. Si se mantienen y multiplican los esfuerzos puede ser que México salve la cara y la vaquita marina su existencia
Por Eugenio Fernández Vázquez
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El censo de la vaquita marina que han realizado científicos del gobierno mexicano y de organizaciones de la sociedad civil como Sea Shepherd, además de centros de investigación, halló que la cantidad de vaquitas marinas en el Alto Golfo de California no ha decrecido, que hay al menos una cría y que podría haber hasta tres. Esto sigue poniendo a la especie en una situación de peligro crítico, pero también abre algún espacio —aunque muy reducido— para la esperanza. Puede ser que este cetáceo sobreviva, pese a todo, y que sus números vuelvan a crecer.
La vaquita marina es un mamífero que de por sí ocupaba un espacio muy reducido —sólo se la encuentra en las aguas entre Sonora y Baja California—, cuando el aumento de la actividad pesquera en su hábitat natural y la enorme demanda por el buche de totaba —un pez con el que comparte entorno— la pusieron al borde de la desaparición. Si sus números, como recoge el informe presentado, eran de apenas unos centenares a finales del siglo XX, ahora se estima que a duras penas llegan a la docena.
Los mamíferos, tanto de mar como de tierra, son enormemente resilientes y su extinción implica un fracaso muy notable de las autoridades de un país. Del puñado de especies de esta clase que han desaparecido en este siglo se piensa que todos podían haberse salvado con relativamente poco esfuerzo. El caso de la vaquita no es la excepción.
Hace al menos dos décadas que se sabe que estaba en serio peligro, pero no fue sino hasta que se la consideró prácticamente extinta, y en particular hasta que las autoridades de la Convención Internacional para el Tráfico de Especies Silvestres (CITES) bloquearon todas las exportaciones mexicanas de especies salvajes, que se tomaron medidas para impedir su desaparición. Entre otras medidas por fin el año pasado se echaron al fondo marino bloques de hormigón con largos garfios para atrapar las redes de enmalle e impedir la pesca en la zona de tolerancia cero que se había decretado desde hacía tiempo, pero que parecía existir solamente en el papel.
La situación tan crítica de la vaquita marina, y las sorprendentes posibilidades —por pocas que sean— de que se salve la especie dan muestra de la urgencia de que México voltee a ver al mar. Durante toda su historia, desde la Independencia hasta nuestros días, el país ha vivido de espaldas al mar, como si no tuviera dos enormes litorales y no fuera uno de los países con mayor diversidad marina del mundo. Los pescadores están en el olvido y las pesquerías se han dejado a la buena de grandes grupos empresariales y de pescadores ilegales. No se toman medidas para impedir que la infraestructura portuaria, por ejemplo, dañe la vida marina y más bien se parte de que ojos que no ven lo que hay bajo el agua, corazón que no lo siente.
Hace mucho que ya es tiempo de que esa situación cambie. Trabajando con los pescadores ribereños se puede lograr una mejora sustancial de las condiciones de vida de estas poblaciones y sumar su profundo conocimiento del mar a los esfuerzos de conservación. Impulsar el conocimiento sobre nuestras aguas y el trabajo para mantenerlas con buena salud, por otra parte, puede abrir espacio a nuevas economías y, en todo caso, asegurar que la vida marina siga prestando servicios ambientales clave para el desarrollo nacional.
Salvar a la vaquita marina ya es cuestión de vergüenza nacional, pero también de mantener al menos un atisbo de esperanza sobre la capacidad del Estado para actuar en materia ambiental y de biodiversidad. Si se mantienen y multiplican los esfuerzos realizados hasta ahora puede ser que México salve la cara y la vaquita marina su existencia. Ojalá que así sea.
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Eugenio Fernández Vázquez. Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.