Las personas en movilidad padecen a lo largo de su camino todo tipo de riesgos y violaciones a sus derechos humanos y en muchos de los casos, ni siquiera logran pisar un milímetro de los Estados Unidos. Su camino se trunca en las áridas tierras de la frontera norte de México, ahí donde termina un viaje, comienza otro. Esta es la historia de Ronald y Karen
Por Paloma Reyes y Elizabeth Ramos*
Fotografía: Elizabeth Ramos, Paloma Reyes, Ismael Quintana
Postales de migrantes y viajes sin retorno. Parte 2 de 2
A finales de octubre de 2018 las caravanas de migrantes comenzaron a llegar y cruzar por México, puente de acogida y tránsito de cientos de personas en movilidad que, día a día, buscan llegar a los Estados Unidos.
Las personas en movilidad padecen a lo largo de su camino todo tipo de riesgos y violaciones a sus derechos humanos y en muchos de los casos, ni siquiera logran pisar un milímetro de los Estados Unidos.
Su camino se trunca en las áridas tierras de la frontera norte de México, ahí donde termina un viaje, comienza otro. El camino de regreso ya no lo alcanzan a contar y solamente, a través de la voz de sus familias, es que se pueden ir reconstruyendo las historias, vivencias y aspiraciones de aquellas personas en movilidad que murieron en su intento por llegar a suelo estadounidense.
Es a través de otras voces, que se logra conocer los costos económicos y emocionales de lo que implica regresar el cuerpo del familiar que murió en el intento.
Como lanzar una moneda al aire
Luego de un primer intento fallido de emigrar en familia a Estados Unidos, Vanessa Silva, originaria de Honduras, relata que tiempo después y tras una difícil toma de decisiones, su esposo Ronald Edgardo E. (30 años) se preparaba para salir nuevamente de Tegucigalpa, Honduras, el 17 de mayo de 2019.
La primera vez Vanessa, Ronald y sus hijas habían llegado hasta Villa Hermosa, Tabasco, donde estuvieron detenidos en Migración por 8 días, antes de ser devueltos a su país. En esa ocasión, Ronald dejó caer una frase como ancla: “Lo quiero volver a intentar”.
Esta vez en el viaje no iría toda la familia. Él y su hija Karen (9 años) fueron quienes subieron al autobús nuevamente camino a Estados Unidos. Pronto, Vanessa interpreta y narra una señal como si fuera una advertencia: “la maleta se quedó botada abajo del autobús; ya era de Dios, ¿verdad?, pero uno que es necio”, dice resignada.
El trayecto iba bien, según le informaba cada día su esposo; sin embargo, hacia finales de mayo, unos 10 días después de haber salido de Tegucigalpa, lo último que supo Vanessa es que su esposo e hija habían llegado a Migración: “Ya no puedo hablar, voy a apagar el celular y cuando ya esté allá, yo te voy a avisar”, dijo Ronald durante la última llamada.
“Cuida mucho a la negrita y no la sueltes, está siempre pendiente de ella (…) Los amo mucho, con todo mi corazón”, le respondió Vanessa sin saber que esa sería la última vez que sabría de su familia. Así es como comienza la agonía, el misterio y las constantes incógnitas de saber dónde están y qué ocurrió con ellos.
Una foto de malas noticias
Pasaban las horas y los días y Vanessa seguía sin recibir alguna noticia sobre su esposo e hija, solamente esa “conexión” que ocurre entre miembros de la familia fue la principal mensajera… “minuto a minuto iban en aumento los presentimientos de que algo estaba mal”.
A las 9 de la mañana del primero de junio de ese 2019, una llamada desde un número desconocido interrumpió sus pensamientos. La voz de una mujer al otro lado de la línea le narró un accidente.
La camioneta en la que viajaban Karen y Ronald junto a otras personas en movilidad, entre ellas la mujer portadora de la triste noticia, perdió el control volcando en la carretera de Villa Ahumada, Chihuahua… La última escena que describió la mujer al otro lado del teléfono y que Vanessa ya escuchaba como una voz que se iba perdiendo, era haber visto a Ronald gritar; después de eso, no supo más.
Vanessa estaba impactada por la noticia. De momento, la voz de la mujer al teléfono parecía distorsionarse, como si estuviera sumergida en agua, como un eco que poco a poco iba desapareciendo a lo lejos. De golpe volvió a la mente de Vanessa una escena de la noche anterior.
El 31 de mayo, como a las 10:30 de la noche estaba sentada en la grada de una pila de agua afuera de su casa: “Mi hija llegó preguntando ‘mami, ¿qué le pasó?’, le dije: ‘hija mía, perdóname por haber dejado ir a tu papi’. La abracé fuerte y me fui para el cuarto. A las 11 de la noche me puse a orar y a las 3 de la mañana sentí un escalofrío por todo mi cuerpo.”
El primero de junio, tras la noticia del accidente, Vanessa inició la búsqueda de Ronald y su hija; primero en internet, luego de voz en voz con los grupos que migraron y finalmente tuvo contacto con una periodista juarense, quien la ayudó a comunicarse con un Ministerio Público (MP) de Ciudad Juárez.
Ambos mantuvieron contacto hasta el 4 de julio. Nuevamente, como en el caso de “Cheo” (historia adjunta), una fotografía fue la portadora de malas noticias: “Ellos son de piel trigueña”, decía el pie de foto que acompañaba el mensaje enviado por el ministerio público.
“Cuando miré la foto de mi esposo, me quedé en shock y no pude ni llorar. No podía creerlo, para mí no era él. (Pero) yo ya sabía, en mi corazón, que la niña también había muerto, porque si él lo estaba, lógicamente la niña también (…) De un momento a otro yo sentí un ahogo en mi pecho que no me dejaba respirar”.
Una vez que identificó a su esposo entre los rostros fotografiados, fue el turno de hacer lo mismo con Karen.
Vanessa relata con la voz fragmentada lo desgarrador que fue para ella tener que ver la foto de Karen: “Cuando yo miré a mi hija con el golpe en su cabecita, yo le dije a mi cuñada ‘es mi hija’, y solo sentí que el cuerpo se me puso helado. Yo no lo podía creer.”
Llegó el dictamen de necropsia: Karen falleció de un traumatismo craneoencefálico y Ronald en el transcurso al hospital.
Como pan y mantequilla
Ronald era albañil. Vanessa lo describe como el mejor papá del mundo y la mejor persona que ha conocido en su vida; el mejor ser humano. Su matrimonio duró 13 años; para ella fueron los mejores años de su vida y piensa que jamás volverá a conocer a alguien así.
Vanessa era una esposa cariñosa con él, con amor le llamaba “Pusungui”, nombre que escucharon mientras veían juntos un video en el celular. Por el contrario, “Ronald, aunque era divertido, no era ni un poquito cariñoso, era más como un pan sin sal, un pan sin mantequilla”.
Karen tenía el cabello negro, era pequeña y de piel trigueña, tenía pecas y una boca chiquita. Vanessa la recuerda como una niña risueña, coqueta, juguetona y de mucha chispa: “Ella era un amor, Dios mío. Ese pan sí tenía mucha mantequilla”, dice con una sonrisa.
La niña era cercana a su hermana mayor y hacían todo juntas; además, siempre cuidaba de su hermano, que estaba recién nacido.
Vanessa recuerda con cariño todo lo que pasaron juntas. En una ocasión, para el día de las madres, Karen le regaló un vaso de dulces que decoraron ella y su tía; incluso, una noche antes de que salieran de Tegucigalpa, jugaron al salón de belleza.
“Le doy gracias a Dios por los 9 años que me prestó a mi hija, por haberla conocido y tenido conmigo”, dice Vanessa mientras las palabras se diluyen en una larga pausa.
El sinuoso camino de regreso a casa
La pareja presentía que este largo viaje sin fecha de regreso tendría grandes implicaciones emocionales para la familia, pero nunca imaginaron que lamentablemente su destino sería como el de muchas otras personas en movilidad.
Con el duelo tras recibir la información, Vanessa y su cuñada se trasladaron a la Cancillería de Tegucigalpa para llevar a cabo los trámites para repatriar los cuerpos de su esposo e hija, proceso que duró alrededor de un mes y medio.
No hubo necesidad de hacer algún pago para la repatriación y mucho menos de viajar a identificar los cuerpos. Para ello, bastaron las fotografías y las embajadas de México y Honduras asesoraron y costearon el proceso de repatriación, pero el costo emocional solo lo conocen Vanessa y su familia.
Luego de un largo camino de regreso, los cuerpos de Karen y Ronald Edgardo llegaron a Honduras el 19 de julio de 2019, donde su familia pudo llevar a cabo la ceremonia religiosa y darles sepultura.
A pesar de que el viaje no resultó como esperaban, Vanessa mantiene firme la esperanza de algún día poder llegar a Estados Unidos y cumplir un sueño anhelado en familia: una mejor calidad de vida, tener una casa propia y mejores oportunidades de futuro para sus hijos.
El 21 de febrero de 2022 intentó migrar nuevamente a lado de su hija de 14 años y su bebé de apenas 3 años. No tuvo éxito y una vez más fue devuelta a su país de origen, sin embargo, concluye Vanessa: “Si me preguntan si lo volvería a hacer, la respuesta es sí”.
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*Esta investigación forma parte del proyecto “Defensa y acompañamiento de periodistas y familiares víctimas de graves violaciones a sus ddhh en México”, realizado por la organización Propuesta Cívica A.C. Durante el desarrollo de la investigación se contó con la asesoría y supervisión de Jacinto Rodríguez Munguía, también con la capacitación de María Teresa Ronderos e Ignacio Rodríguez Reyna http://eticalab.propuestacivica.org.mx