¿Carmen Aristegui es el enemigo público número 1, como pareciera que lo es para las redes sociales?
Alejandro Páez Varela
Hay que aprenderle muchas cosas a Carmen Aristegui. Sobre todo en aquello de escoger con precisión sus batallas. Carga rifle de francotirador, no escopeta de caza. El Presidente se ha lanzado muchas veces contra distintos medios y periodistas en particular, pero ella no se mete a todas esas. Cuando Andrés Manuel López Obrador acusó a SinEmbargo de ser “de esos medios” que recibían millones de Enrique Peña Nieto, yo brinqué de mi silla porque se trataba de una mentira. Ella se guardó, con prudencia. Y en general, creo, Carmen no se mete en temas donde es el Presidente contra alguien del gremio en particular. Ella y muchos sabemos que los ecosistemas de la política y los periodistas son muy complejos y aún con los datos en la mano quizás no logres entender de qué van.
Mi texto, entonces, no pretende entender a Aristegui y a López Obrador en este nuevo episodio común. Llevan una relación de muchos años y me trasciende y para terminar pronto: ni siquiera conozco los detalles. Es la relación de la periodista y el político. Si quisieran resolver, resolverán. Si quieren mantenerse lejos, lo harán. Y si ambos sacan su agenda para buscar a una persona de buena voluntad que les sirva de referí encontrarán casi las mismas: comparten más amigos y cercanos que los que compartimos los demás. Es decir: son más cercanos de lo que incluso ellos mismos aparentan en este momento.
Al tiempo que reconozco a Carmen porque se ha enfrentado a los más intolerantes de los tiempos modernos (según yo), de Felipe Calderón a Peña Nieto y de Luis Videgaray a Javier Lozano y un etcétera infinito, acepto el arrojo del Presidente, que viene de su diseño personal, contra un establishment hipócrita. Nunca voy a negarle a López Obrador que le enseñó a las mayorías a desconfiar de quienes les hablan. Y aunque él podría ser muy asertivo o tener un juicio nublado, no importa: despertó en los ciudadanos un deseo por saber quiénes son los que manejan ciertas agendas y no creerse lo que dicen sólo porque se ponen el sombrerito de, por ejemplo, “sociedad civil”.
Allí coloco a una Isabel Miranda de Wallace o a una María Elena Morera, que son muy obvias; pero también a un Emilio Álvarez Icaza o a una María Amparo Casar. Han pasado por “luchadores sociales”, pero son ciudadanos con agenda política, que usan la agenda social o la de “académicos” para darse empaque. Y esa lista es infinita, carajo, no tienen idea. Es de lo que más sobra en los últimos años: gente que se vende como autoridad civil y que tuvo la tripa pegada al ogro filantrópico durante años.
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La semana pasada escribí que aquél “pasquín inmundo” de López Obrador debió ser un último recurso contra el periódico Reforma. Poco después lanzó un rosario de adjetivos contra Carlos Loret de Mola y para cerrar semana se fue contra Carmen Aristegui. A Loret lo acusó de corrupto y yo pregunté por qué no está detenido si el Presidente sabe que es corrupto. Aunque Loret lo es para los seguidores del izquierdista, no debemos obviar que quien acusa, así sea el Presidente, tiene que probarlo. Para eso tenemos Leyes.
Es lo mismo que dije sobre los dos reportajes que encendieron a López Obrador: El de Andy y la fábrica de chocolates, y la renta de un caserón en Houston. Dije que les faltó un editor despolitizado que los viera sin pasión y que quizás ese editor los habría regresado a campo y quizás ese editor le habría pedido a los reporteros que se esperaran a probar el punto, es decir, a obtener pruebas de que los hijos del Presidente son corruptos. Porque los textos, los dos, no lo prueban. Hacen como que prueban algo, pero no lo prueban. Y eso es sumamente peligroso y claro, enciende la ira de cualquier padre; son sus hijos, faltaba más.
Y aquí es donde entiendo al padre, pero no justifico al Presidente. Entiendo que el padre se encienda en ira (y creo que Brozo y Loret deben disfrutar horrores esos momentos), pero no justifico que quien trae la investidura más notable de la República se rebaje a estallar en público. Ya lo dije: no me gusta ese Presidente. No me gusta que estalle. Puede hacerlo y de hecho lo hace, pero también tengo derecho a decir que pierde cuando dispara con ira. Es un disparo de escopeta de caza, no de francotirador. Y sobre todo, me parece, pierde energía y tiempo.
Un Presidente honesto, creo yo, siempre debe tener la pistola cargada y humeando contra sus enemigos que son, a la vez, enemigos de la República. Pero no debe olvidar quiénes son esos enemigos porque un tiro en falso, cuando se tiene ese nivel de representación, es un tiro contra sí mismo.
Los enemigos de un Presidente, simplificados, son el hambre, la pobreza, la desigualdad, las enfermedades, la ignorancia. Y cada batalla que da por otros lados la pierde en ese frente. El hambre, la pobreza, la desigualdad, las enfermedades, la ignorancia y agrego: la corrupción y la cultura de los privilegios. Esos son los enemigos de un individuo cualquiera que sea sensible (sea periodista, político, carnicero u oficinista) y no debe perder tiempo en otra cosa.
Sabrán mis lectores regulares que espero todo, menos que el Presidente sea maltratado. No me gusta que lo maltraten porque de eso ya tuvo mucho. Y se hartaron de darle de palos durante décadas; se hartaron de difamarlo y violentaron muchos de sus derechos. De la misma manera diría que no me gusta cuando maltrata, mucho menos a Carmen Aristegui, que también ha sido injustamente maltratada.
Me gustaría que la inteligencia de López Obrador superara su pasión, superara su enojo y superara ese dejo que descubro a veces de impotencia. Como no puedo con Reforma le llamo “pasquín inmundo”; como me molesta Loret le llamo “corrupto” sin probarlo. No me gusta. A muchos de sus seguidores sí les gusta, pero a mí, que veo desde lejos, no. No hay manera de que gane con manotazos y tiros de escopeta.
De hecho, se ha gastado demasiados tiros de escopeta en temas de comunicación social. Hay que recordar que esos tiros son para parvadas, pero no distinguen una liebre o un conejo que se pasa por un lado. Y lo que no mata te hace más fuerte: muchos columnistas y medios que ya nadie leía se han vuelto a leer. Ayer me mandaron la portada de la revista Siempre!, que yo nunca he abierto en tres décadas, pero que ahora ha vuelto a circular. Pensé toda mi vida que esa publicación era una ensalada (y un pleonasmo) de mediocridad y priismo; la peor versión de ese tipo de prensa. Sigo pensando igual. Pero ha revivido y en gran parte es porque la política de comunicación del Presidente son las “mañaneras” y los estallidos. Y eso tiene un efecto colateral que no se puede gobernar tan fácilmente.
Regreso a mi punto: ¿Carmen Aristegui es el enemigo público número 1, como pareciera que lo es para las redes sociales? NO, con mayúsculas. Claro que no lo es. Y no soy nadie para aconsejarla, pero sí creo que esos dos reportajes debieron pasar por manos de un editor profesional que mandara a los reporteros de regreso a campo. Y debe considerar, ella que escoge tan bien sus batallas, que Latinus, Loret, MCCI y Claudio X. González tienen una relación que se construyó con años y no es periodística: es una agenda política y de poder. ¿Esa agenda es la de ella? Lo mismo el Presidente: me parece que sus enemigos son otros, no Carmen Aristegui. No soy nadie para aconsejarlo, pero soy un hombre libre y digo lo que pienso: ella no es su enemigo, Presidente, y Loret es poca pieza.
Vayámonos de regreso al tiro de francotirador, Presidente: allí están el hambre, la pobreza, la desigualdad, las enfermedades, la ignorancia, la corrupción, la cultura de los privilegios. A por esos gigantes, enemigos de la República. Usted, yo, todos a por ellos. Esos son los que chingan la Nación, dirían los clásicos. Y el tiempo se agota.
Yo no pierdo la esperanza de que López Obrador gobierne su agenda. Los años me han enseñado a no perder la esperanza. La cruzada contra los verdaderos enemigos se debe librar sí o sí, conmigo o sin mí, sin él o con él. Esa cruzada es impostergable ya, como sabemos, porque esta Nación lo vale, porque a este país le urge, por el bien de la República.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx