La designación de Tim Walz como compañero de fórmula de Kamala Harris dibuja con claridad la tendencia que se ha venido dando en los últimos tiempos: elegir a una persona que se encuentre cerca del ideario presidencial… Ya veremos en noviembre si su estrategia les dio réditos
Por Hernán Ochoa Tovar
Elegir a la persona que será la compañera de fórmula en las campañas norteamericanas, implica todo un arte. No obsta decir que resulta de relevantes cálculos, con el fin de unificar metas, por medio de la planeación estratégica y el tacto político. Y ese juego dio un giro de 180 grados hace apenas un mes, pues, cuando todo mundo –tanto el círculo rojo como el electorado– daba por descontado que Joe Biden buscaría la reelección, también se veía que Kamala Harris repetiría en su rol de vicepresidenta.
Empero, las reglas cambiaron, y al haber relevado Harris al veterano Biden, obligadamente se comenzó a buscar un compañero de fórmula que habrá de acompañarla en esta aventura electoral y, si todo fuera fructífero, al despacho oval, donde tendrá un rol –trascendente o no– de acuerdo a las disposiciones del Presidente en turno.
Curiosamente las quinelas fallaron, pues pocas incluían a Tim Walz, el reelecto gobernador de Minnesota, con un talante más liberal que el del propio Biden (quien era liberal para su generación, pero ahora ya existen una serie de contrastes al respecto), pero se encuentra en la sintonía con el ideario que pretende enarbolar Kamala Harris. Aunque ambos (Harris y Walz) no logran colocarse dentro de la “generación x” y, de ganar, serán una enésima dupla de gobernantes boomers, su talante abraza múltiples causas por las cuales muchos americanos y americanas progresistas buscan cristalizar. Empero, del lado de Trump y Vance también tienen una oposición nada claudicante, sino que busca conducir la retórica infamante (Make America Great Again 2.0) en aras de lograr sus cuestionables objetivos.
Con base en lo anterior, quizás muchos se pregunten porqué me atreví a comparar a un político tradicional (Walz) con un connotado pedagogo crítico (Giroux). La respuesta es simple: Walz, a pesar de haber seguido una meticulosa carrera política que le ha permitido llegar a donde se encuentra en la actualidad, se desempeñó como profesor por espacio de 20 años. Aunado a ello, Walz visualiza a la educación como un área de oportunidad para las y los ciudadanos, y se opone a la mercantilización del quehacer educativo que campea tanto en el vecino país del norte. También, las posiciones progresistas que tuvo en su rol como asambleísta y gobernante, las sostuvo también cuando fue educador.
En suma, creo que Walz es una persona progresista, tanto en el ámbito docente como en el político; y diversas perspectivas que sostiene, las compartiría con Giroux, no sin ambages. Quizás la diferencia entre ambos es que el político (Walz) fue primero educador; mientras Giroux, hasta donde tengo conocimiento, nunca ha buscado inmiscuirse en la política formal (aunque, desde su perspectiva, la educación no está exenta de la cuestión política, motivo por el cual, podríamos encontrar vasos comunicantes entre ambos, así fueran estos leves e, incluso, tenues).
Por otro lado, la designación de Walz como compañero de fórmula de Kamala Harris dibuja con claridad la tendencia que se ha venido dando en los últimos tiempos: elegir a una persona que se encuentre cerca del ideario presidencial, no obstante las eventuales interpretaciones o legítimas discrepancias.
Recordemos que Biden y Obama eran muy próximos. Lo mismo que Cheney –quien se decía que era el sujeto fuerte tras de la administración– y Bush Jr.; o Clinton y Al Gore, quien fue una especie de portavoz y agente de las decisiones clintonianas.
Sin embargo, no siempre fue así: se dice que Ronald Reagan eligió a George Bush padre como compañera de fórmula no por su sintonía ideológica (diversos estudios convergen en que Bush era más moderado que Reagan y con una carrera en otra tesitura), sino para ganar a los adeptos que convergían en su grupo político.
De igual manera, había diferencias grandes entre Gerald Ford (conservador) y Nelson Rockefeller, quien encarnaba el ala liberal del partido republicano (aunque la primera dama, a la sazón, Betty Ford, era una liberal en las filas del GOP); mientras Nixon pareció elegir como VPs a sujetos que fueron un tanto insulsos, a quienes se les pudo ver como una especie de fusibles, pues el verdadero poder tras el trono no eran Spiro Agnew o Gerald Ford (VP sustituto), sino Henry Kissinger, el académico brillante quien diseñaba la política a seguir –tanto en el ámbito doméstico, pero más destacadamente en el plano internacional– desde la Secretaría de Estado (Cancillería de los Estados Unidos).
Y aunque Jimmy Carter y el finado Walter Mondale sí parecieron ser cercanos y defendieron sus políticas más allá de sus gestiones; no ocurrió lo mismo con Kennedy y Johnson; o Johnson y Humphrey, quienes nombraron a sus manos derechas más alegando cálculos políticos que proxemias o metas ideológicas.
El mismo caso se repitió con Roosevelt. De hecho, el arribo de Truman fue más fortuito (al igual que el de Ford) que preparado, pues el último vicepresidente de FDR llevaba apenas unos cuantos meses en el cargo; y los historiadores comentan que lo nominó debido a cálculos políticos y al paulatino distanciamiento del neoyorkino (Roosevelt) con su vicepresidente anterior, el connotado Henry Wallace (quien, de arañar posiciones izquierdistas, se convirtió en un notable anticomunista en los albores de la Guerra de Corea).
En suma, la historia nos enseña que no hay reglas únicas. Joe Biden y Kamala Harris sí han sido cercanos, pero ambos poseen una visión distinta de lo que debe ser el progresismo (de hecho, visualizaría a Harris cercana a las propuestas que llegó a manifestar Bernie Sanders en su momento).
En tanto, la dupla Trump-Pence, que contendió en elecciones pasadas, abrazaba el mismo conservadurismo, con una salvedad: a pesar de todo, Pence era un sujeto institucional, un político curtido en las viejas formas que respeta los lineamientos aunque no los comparta. Mientras Trump, es alguien capaz de aplastar la ley, en aras de cumplir con sus objetivos. Eso lo hermana con J.D. Vance, quien, aunque institucional, posee las mismas afirmaciones tremebundas que dijera Trump en su momento. Mientras Pence era el conservador que hacía sinergia con un candidato populista y autoritario, Vance parece ser el Trump Milenial o 2.0. Salvo lo generacional, también parecen hermanados discursiva y actoralmente, hecho que podría ser funesto para el devenir de los Estados Unidos y del mundo.
Respecto a lo anterior, terminaré esta colaboración con una provocación.
Ciertamente, Tim Walz tiene ideas interesantes, y, en comparación con JD Vance, su inminente arribo a la oficina secundaria del despacho oval parecería una bocanada de aire fresco. Empero, hay una cuestión: una cosa es el discurso y otra la praxis.
Henry Giroux nunca ha perdido su prestigio porque ha mantenido sus ideas y las ha sabido adaptar al azaroso paso del tiempo y las circunstancias. Esperemos que, de llegar, Walz pueda actuar en consecuencia. No obstante, aún le queda la batalla más compleja, que es la electoral.
Ya veremos en noviembre si su estrategia les dio réditos. Mucho por analizar; lo dejo a la reflexión, estimados lectores. Esta es, tan sólo, mi humilde opinión. Es cuánto.