“El menosprecio a la gente tuvo un alto costo para los teóricos y para las generaciones que abrazaron la doctrina neoliberal. Pequeño detalle: los ciudadanos votan. Durante cuarenta años se les trató de imbéciles, inútiles, incapaces, corruptos, viciosos, imposibilitados para saber qué les conviene hasta que repentinamente alguien les dijo que eran todo lo contrario”
Por Alejandro Páez Varela
La llamada 4T, ¿es una corriente ideológica y un sistema (forma) de gobierno que perdurará después de doce años? Inicio a propósito este texto con una pregunta deliberadamente abierta, que permite respuestas desde las más distantes perspectivas.
Y habrá quien diga que sí, que hay 4T para después de 2030 porque no hay más; porque la descendencia de la oposición sufre una distorsión genética que la hizo incapaz, menos carismática e incluso abiertamente más corrupta que la generación anterior y puede poner ejemplos válidos, irrefutables: Marko Cortés, Alejandro Moreno, Jesús Zambrano y Jesús Ortega, Xóchitl Gálvez, Ricardo Anaya y Jorge Romero Herrera, Norma Piña y Claudio X. González, etcétera. Tipos que son demasiado poca cosa para un país que tuvo grandes opositores en el pasado: Manuel Clouthier y Rosario Ibarra de Piedra; Heberto Castillo y Cuauhtémoc Cárdenas; Andrés Manuel López Obrador mismo, o Valentín Campa, por citar.
A esa pregunta de si la 4T irá más lejos que dos sexenio, otro podría argumentar que sí porque la oposición que queda viene de un proyecto derrotado por las circunstancias y también por su propia voluntad. Y tiene razón. El PRIAN viene del neoliberalismo y el neoliberalismo es, en muchos sentidos, una renuncia voluntaria a la confianza en uno mismo; es por tanto una renuncia a los alcances de una Nación y a la voluntad colectiva.
De hecho, ese pensamiento que fue llevado al gobierno por intelectuales, economistas y académicos renuncia al término “pueblo” y en esa contradicción está su derrota, porque si se llama a sí mismo “descendiente directo de las mejores prácticas democráticas liberales” entonces depende del pueblo y es el pueblo a lo primero que renuncia cuando está en el gobierno para entregarse a élites nacionales y supranacionales. Una fórmula explosiva que llama a la derrota.
Para empezar, los términos “Nación” y “pueblo” fueron encontrados anacrónicos durante el neoliberalismo, de tal manera que “nacionalismo” y “populismo” son usados como adjetivos a pesar de sus raíces. El razonamiento neoliberal sustituye los gobiernos nacionales por entes privadas: los únicos capaces de administrar bienes y empresas nacionales son los privados que porque no son corruptos; los únicos habilidosos para hacer grandes obras son los privados que porque son los especialistas en la materia; los únicos que pueden aspirar a más son los privados que porque todo lo que el Estado nacional toca se corrompe o se administra con deficiencia.
Esa doctrina, la del “Estado incapaz”, tiene otro relato, otra vertiente muy difundida y aceptada: que los gobiernos son incapaces porque las naciones y los pueblos también lo son. Y esa idea se difundió tanto que fue normalizada incluso por los pueblos, entre la gente.
Y si uno lo piensa poquito, la tecnocracia neoliberal tiene toda la razón. Aplica a ellos mismos. Piense: si alguien se hubiera atrevido a preguntarle a José Ángel Gurría o a Agustín Carstens si los mexicanos podemos aspirar a una nueva Ciudad Universitaria como la tenemos, podría ganarse unas cachetadas por idiota. ¿Cómo se atreve? Las universidades son sólo para los privados. Si alguien le preguntara a Francisco Gil Díaz o a Ernesto Cordero si el gobierno podría construir una línea de tren de Cancún a Chichén Itzá quizás se ganaría el encierro, por indolente: ¿para qué construir más barato si están las constructoras de los amigos para hacerlo?
Y si alguien le pidiera a José Antonio Meade, a Pedro Aspe o a Luis Videgaray un presupuesto para levantar una barda le mostraría papelería de alguna empresa porque la doctrina del “Estado incapaz” volvió a los secretarios de Hacienda flojos, acomodaticios, corruptos por naturaleza y sobre todo, administradores de bienes-que-pronto-serán-privados. Y se asignó a los ciudadanos la etiqueta de “incapaces” así como se le asignó al Estado.
Pero ellos se veían a sí mismos muy distinto. La tecnocracia neoliberal se sentía por encima del Estado y por encima de la gente. Su inteligencia estaba probada; venían de las mejores universidades extranjeras y le hacían un favor al país que adoptaban porque del gobierno brincarían a mejores empleos en la iniciativa privada, siempre, en el momento que quisieran. El problema no eran ellos: era la gente, la Nación, el Estado, demasiado corruptos, ineptos e inestables; poco confiables y viciosos. Mediocres de origen y buenos-para-nada.
El menosprecio a la gente tuvo un alto costo para los teóricos y para las generaciones que abrazaron la doctrina neoliberal. Pequeño detalle: los ciudadanos votan. Durante cuarenta años se les trató de imbéciles, inútiles, incapaces, corruptos, viciosos, imposibilitados para saber qué les conviene hasta que repentinamente alguien les dijo que eran todo lo contrario.
Lo que Andrés Manuel López Obrador hizo fue decirles: si yo puedo enfrentarme a todos los medios, a todos los periodistas, a todos los académicos y a todos los empresarios; si yo puedo, solo, enfrentar a las mafias que se creen las dueñas del país, ¿se imaginan qué tanto podremos hacer juntos, si somos millones?
Y eso, definitivamente, cambió la narrativa. No contaban con que la gente vota. Y así empezó estar historia de amor entre la gente y su gobierno; una historia de amor inédita que AMLO llamó “revolución de las conciencias”.
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Regreso a la pregunta: la 4T, ¿trascenderá a López Obrador y a Claudia Sheinbaum?
Como se abre a demasiadas respuestas, propongo otra manera de analizarlo: a partir de la propia 4T. Desde adentro. Además, hay que aceptarlo, afuera no hay nada. Si el rostro de la derecha son Marko, “Alito”, Zambrano, Xóchitl, Anaya, la Ministra Piña y Claudio X., debería aceptarse que la oposición no pone en riesgo, al menos en el corto plazo, la hegemonía de la izquierda y entonces es fácil reconocer que la amenaza no es exógena.
Y en efecto, esa amenaza interna es real. Las ambiciones individuales ponen en riesgo éste y cualquier proyecto popular; son las ambiciones individuales las que recortan visiones más amplias, visiones del colectivo. El caso Ricardo Monreal es paradigmático, de estudio, pero no es el único. Hay muchos Monreal en Morena y en sus asociados; pragmáticos que renunciarán a cumplirle a la gente si eso les da beneficios individuales. Y eso, el individualismo, es la esencia del pensamiento neoliberal, que sigue obrando en la clase política sin distinción de partidos. Fue una corriente demasiado poderosa y reconoce de inmediato a los suyos.
El poder corrompe y no es fácil resolverlo, enfrentarlo. Lo advertía en Porfirio Muñoz Ledo, tiempo atrás. No sobró quién me amonestara cuando lo dije. Muñoz Ledo fue parte de las élites del PRI y cuando el PRI no satisfizo sus exigencias, creó corrientes internas para presionar. Luego se fue a la disidencia con Cuauhtémoc Cárdenas y también a él lo abandonó y se fue y le compitió desde otro partido, cuando tampoco se le acomodaron las cosas como quería.
Posteriormente, Muñoz Ledo llamó “narcotraficante” a López Obrador sólo porque no le dio lo que exigía. Una deshonestidad tremenda. Muchos siguen defendiéndolo. Se le dio un reconocimiento póstumo y la verdad, no lo merecía. A Muñoz Ledo lo movían mezquindades y pasiones poco saludables. Le gustaban los choferes, el coñac, las mujeres y el buen vino; los restaurantes de postín, las audiencias poco críticas y los amigos tuertos o de preferencia, ciegos. Mantenerse todos los vicios del mundo no es fácil. Cito a Muñoz Ledo porque Monreal no es distinto. De hecho, son dos gotas de agua: presionan, exigen, amenazan, extorsionan y obtienen cuotas de poder estirando la liga. Claro, Muñoz Ledo era un hombre más culto que Monreal pero en esencia, son lo mismo.
La pregunta original con la que abro este texto tiene muchas maneras de analizarse, sin duda. No quiero extenderme más. Sólo diré, a manera de cierre, que sí creo que la gran amenaza de la 4T, en estos momentos, está dentro de la 4T. No está afuera. Norma Piña es el último rostro de la derecha; le faltan brazos para abarcar lo que piensa que puede abarcar; no se da cuenta que las élites le darán la espalda como a Xóchitl apenas deje de serles útil. No lo ve porque reposa en la burbuja que le crearon. En fin. Ella no es un reto para la 4T.
El lopezobradorismo tiene que analizar el fin del régimen pasado y aprender de él. ¿Qué destruyó al PRIAN? En resumen, su distanciamiento de la gente. Cuidado. La llamada 4T es una corriente ideológica y un sistema de gobierno que perdurará después de doce años, no tengo duda. Pero así como nació se puede agotar si descuida lo más elemental. Lo tiene cantado. Ojalá entienda.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.