La tragedia en el ejido El Bajío inicia con rostros de Raúl Ibarra de la Paz y Noemí Elizabeth López Gutiérrez, ambos asesinados el 12 febrero de 2018 por oponerse a la minera Penmont, desde aquel día no ha habido paz ni tranquilidad para los campesinos de esta tierra enclavada en el desierto de Sonora.
Texto y Fotos: Kau Sirenio / Pie de Página
Sonora.- Aquí, la arena movediza del desierto se mueve al compás del viento que lo lleva de un lado a otro cuando cae la tarde, pero eso no impide que los ejidatarios del ejido El Bajío mantengan la resistencia para recuperar su tierra que le ha sido arrebatada. El pequeño oasis de campesinos resiste a los embates del empresario minero Alberto Bailleres y de la familia Pavlovich, de la actual gobernadora. A pesar que han pagado con cárcel y desapariciones forzadas en su contra.
Sobrevivir en el desierto equivale a pelear con la muerte todos los días y más difícil se torna el día para una mujer que abandonó todas las comodidades y se instaló El Bajío; lo hizopara reclamar lo que para ella es el único patrimonio que le queda.
Comer un pedazo de tortilla en este ejido tiene precio muy alto para los ejidatario que tienen que traer todo a decenas de kilómetros. Para conseguir un bote de agua o una despensa tienen que sortear víboras y alacranes de la región. No solo eso, sino la persecución de hombres armados del municipio de Caborca, donde tienen prohibido entrar.
“Mi vida aquí como ejidataria es de mucha lucha y sufrimiento, porque cuando recién empezamos aquí, no teníamos agua, luz, no había carros, con mucho trabajo íbamos de un ejido a otro, para comprar despensa y a traer agua” suelta a bocajarro Bertha Alicia Meza Mendoza mientras sirve el almuerzo.
La única mujer que hace guardia en el ejido El Bajío habla de lo complicado que es vivir en el desierto:
“Dormíamos en la tierra con nuestros hijos pequeños, a pesar del peligro de que nos mordieran la víboras o nos picaran las alacranes. Pero aquí estamos con el deseo de tener un pedazo de tierra para sobrevivir, tener dónde sembrar, porque somos trabajadores de la tierra. Dónde criar animales y un lugar donde descansaremos para siempre”.
El camino que va al ejido El Bajío se pierde entre matorrales y sahuaros que le dan vida al desierto. Para recorrer esta zona hay que cargar con botella de agua y sombrero ancho; de lo contrario se puede morir de deshidratación.
Los lugareños se mueven en camionetas de doble rodada, unidad que les permite traer agua y despensas a decenas de kilómetros. La ciudad más cercana que les queda es Puerto Peñasco y de otro lado más al sur está Caborca, pero aquí no pueden entrar porque hombres armados los esperan. “Si entramos nos matan” dice Erasmo Santiago.
Penmot el despojador
A los ejidatarios los separa de su propio ejido una trinchera de un metro de profundidad y cerco de alambre de púas y tela ciclónica. Intentar llegar a la cabaña que ocupa la empresa minera denominada Penmont es impensable porque de otro lado de la zanja que rodea el ejido El Bajío hombre vestidos de negro y acompañado perros de cacería vigilan a los ejidatarios.
Sentado bajo la sombra que le provee una carpa improvisada, José de Jesús Robledo Cruz mira cada movimiento que hacen los hombres de negro de otro lado del terreno que le arrebató hace más de 35 años la mina de Bailleres. Así permaneció durante una hora, cuando el cansancio lo venció se levantó de ahí se movió a otro lugar sin perder de vista lo que ocurre en el ejido.
“Alberto Bailleres es el dueño de la mina Penmont, le han cambiado de nombre muchas veces. Desde que los demandamos, ahora son grupo Fresnillo. Así le hacen, cambian de nombre para evadir las demandas, pero son los mismos. Tienen tres minas aquí, esta es la Apolo, la que sigue es Herradura y la que está en el fondo es la Nochebuena” cuenta José de Jesús Robledo Cruz.
Cuando empezó la plática con el grupo de ejidatarios, José se puso de pie y dio los primero pasos hacia la minera mientras que el resto de los campesinos le siguieron hasta formar un contingente dispuesto a tomar el control de su tierra pero de otro lado la fuerza supera en número de hombres, armas y perros dispuesto a atacar.
El grupo avanzó unos metros, pero José de Jesús no se queda con las ganas de explicar lo que el litigio que libran el tribunal agrario: “El problema es que se apoderaron de la tierra de nosotros, y no nos dejan entrar. Si entramos nos golpean y nos demandan en Caborca, Sonora. Como ves, hay vigilancia extrema. Por eso le pedimos ayuda al presidente para recuperar nuestras tierras”.
Robledo Cruz dice que los ejidatarios ganaron el juicio, pero las empresas no entregaron la tierra que los campesinos reclaman. “La sentencia, fue muy claro, que nos tenían que devolver toda la tierra pero vemos que se están llevando el agua”.
Clase política de Sonora, clase económica
José de Jesús dice que la alianza del tío de la gobernadora, Claudia Pavlovich Arellano con el ejidatario Carmen Cruz Pérez revivió el acoso en el ejido El Bajío: “Desde que Rafael Pavlovich Durazo se alió con el compañero Carmen Cruz Pérez empezó un infierno para nosotros. A mis compañeros los torturaron y los metieron a la cárcel”.
La mirada del viejo revela su pasado en el desierto, cada vez que suelta otro retazo de lo que pasa en el desierto de Sonora, su voz se marchita entre los chiflidos de ventarrones que acarrea la arena entre los sahuaros.
Sin aliento por la caminata José respira hondo antes de hablar de su familia: “Entraron a mi casa, me llevaron detenido junto con esposa, en el camino nos torturaron, destruyeron lo pocos que teníamos. Al otro día regresé para ver que dejaron pura garra”.
El ejidatario dice que sus captores iban por Bertha Alicia pero esta se escapó porque la asamblea en el ejido se prolongó. “Ese día pedimos auxilio pero los militares nunca llegaron. Los que sí llegaron fueron municipales, estatales, federales, en lugar de preguntar qué pasaba conmigo, empezaron a insultar a mis compañeros”.
Cuando le pregunto a José de Jesús que pasó el 12 febrero de 2018, el hombre delgado y rostro surcados se quiebra y solo contesta: “Ese día mataron a Raúl Ibarra de la Paz y Noemí Elizabeth López Gutiérrez por defender la tierra, hasta ahora no hay justicia para ellos”.
Erasmo Santiago Santiago entró al camper donde Bertha Alicia hace malabares en la cocina, saludó a la mujer y jaló una silla destartalado y dejó caer su cuerpo, mientras espera que le lleven su almuerzo empieza a hilar su travesía en el desierto: “Tramité varias solicitudes con los militares, además demandé ante el tribunal agrario la recuperación del ejido desde 2003”.
Antes que interrumpan al ñuu savi originario de Santiago Tlazoyaltepec, Etla, Oaxaca con otra pregunta, se adelanta a contestar: “Como ejidatarios nos ha ido muy mal, porque a raíz del desalojo, la minera acusó al magistrado Manuel Loya Alberto de corrupción porque resolvió a favor del ejido El Bajío. Por esta acusación, lo quitaron del Tribunal Agraria”.
A los campesinos se les dotó el ejido El Bajío en 1971, cuando se organizaron para solicitar la tierra donde trabajar, porque no querían seguir jornaleros en el corte de uva, espárrago, melón, sandía, papas… entre otros. El grupo de ahora campesinos con tierra la componen mayas, ñuu savi (mixteco), me’phas, provenientes de Yucatán, Oaxaca y Guerrero, Jalisco y Nayarit.
Una historia de trabajo duro
Mientras cucharea sus frijoles Erasmo retoma la plática; “El primer comisariado ejidal fue Simón Santiago Morales, él llegó como jornalero a Sonora, aquí conoció a otros campesinos y les propuso que se unieran para solicitar la dotación de ejido, porque los rancheros los trataban muy mal en los surcos”.
Cuando el presidente del consejo de vigilancia del ejido El Bajío entró en confianza con el reportero soltó la plática en su lengua materna, la charla en tu’un savi (lengua de la lluvia o mixteco) dura apenas cinco minutos porque la variación lingüística hizo que no se hilara la entrevista, pero Erasmo se animó a contar de cuando lo procesaron por oponerse a la minera.
“Estuve un año y ocho meses en cárcel acusado robo, gracias a que los ejidatarios no me dejaron solo. Salí absuelto de todo, porque fueron delitos fabricados, así nos han traído, no nos dejan en paz. Todo porque nos oponemos a la explotación de la mina de oro que tiene nuestro ejido. Aquí la minería no ha hecho nada bueno, más que matar a los animales, porque contaminan el agua de esta región”.
El ejido El Bajío lo integran 75 campesinos, además la asamblea ejidal designó una parcela para organización de la mujer y una de uso escolar, entre todos cuentan con 77 derechos parcelario.
Por su parte Bertha Alicia Meza Mendoza reclama su derecho sobre el ejido de El Bajío es la misma que sus compañeros: “Queremos que se vaya la mina, porque no nos deja trabajar, cuando nos acercamos nos echar a los perros, o lo que sea, para no trabajar la tierra. Necesitamos sembrar, habitar la tierra porque es nuestro. Que estos bandidos no vuelvan a entrar a arruinarnos la vida”.
Agrega: “Llegué aquí en 1991, pero batallamos mucho, porque no había carros, no teníamos con qué pagar el raite para ir a trabajar. Con ocho hijos el dinero no me alcanzaba para la comida. Mis hijos se quedaban solos cuando estaban chiquitos”.
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Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.