Jesús Sergio Salinas es un enfermero que venció al coronavirus y ahora trata de retomar su vida normal junto a su esposa e hijas. Hace tres meses regresó a su trabajo en el Hospital de la Mujer, donde ya fue vacunado contra el COVID-19
Karen Cano / La Verdad
Fotografías: Rey R. Jauregui
Ciudad Juárez– La temperatura corporal de Jesús Sergio Salinas Santos se disparó de manera repentina. Cuando la fiebre alcanzó los 38 grados encendió la sospecha de contagio en el enfermero del Hospital de La Mujer. Dos días después se confirmó su temor: positivo a COVID-19.
Si bien desde el inicio de la pandemia tuvo claro que tarde o temprano enfermaría por su trabajo con pacientes internados, dice que jamás pensó que tendría un cuadro tan delicado que lo llevaría al hospital.
Algunos doctores de su centro de trabajo dieron positivo al virus, sin embargo solo presentaron síntomas leves de resfriado. Aunque este no fue su caso, Sergio, de 35 años, logró sobrevivir al coronavirus.
El viernes 30 de octubre de 2020 salió de su casa en ambulancia, esta vez como paciente COVID-19. Tenía nueve días aislado en una habitación de su propio hogar, pero fue trasladado de urgencias al Hospital General por sus niveles de saturación de oxígeno, que fluctuaban entre el 70 y 80 por ciento.
“Haces las cosas con miedo, pero para eso estudiaste y para eso estamos preparados, y para muchas cosas más, desafortunadamente siempre existe el miedo y más porque estamos en este ámbito laboral, nos cuidamos entre nosotros, entre compañeros siempre andamos al pendiente unos de otros, pero ya te llega y ya cambian muchas cosas”, dice.
Cuando Sergio se internó, Ciudad Juárez registraba una ola de contagios que puso en crisis a los hospitales públicos, en ese entonces se reportaban saturados, tanto en camas de hospitalización general como en camas con ventilador y camas con ventilador de las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI).
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Con la confirmación de su contagio, Sergio, quien lleva 14 años como enfermero, se apartó de su familia. Se encerró en una habitación de su propio hogar.
Se comunicaba con su esposa por mensajes escritos en redes sociales y por llamadas telefónicas, para no tener contacto directo con ella y reducir la posibilidad de contagiarla y que el virus también alcanzara a alguna de sus dos hijas, de 14 y 9 años, o a su mamá.
“Desde que sentí la fiebre ya no salía, yo siempre en mi cuarto, a ellas por mensajes de WhatsApp, llamadas, les hablaba… me traían agua y comida, me la dejaban en un rincón como en una mesa afuera de mi cuarto, se retiraban y yo iba y la agarraba y rociaba cloro por donde pisaba mientras me regresaba.
Mi basura la echaban aparte, no la combinaba con la de ellas, usaba el baño, pero igual lo limpiaban cada que salía. Mi ropa la echaban en una bolsa especial, comía en platos desechables, son cosas que hasta la fecha las sigo haciendo, te quedas con miedo de que a tu familia le pase algo”, cuenta
Duró nueve días sin verlas, aun viviendo en la misma casa. Las vi otra vez cuando la ambulancia fue por él para su traslado al hospital, lo despidieron a la distancia.
Su historia comenzó el miércoles 21 de octubre por la noche, cuando presentó una febrícula de 38 grados, y desde ese momento inició la sospecha.
“Al siguiente día fui a trabajar y en el trabajo presenté otra fiebre igual de 38 grados, nada más en esas dos ocasiones me dio. El siguiente viernes me tocaba descansar, fui al hospital a tomarme una radiografía de tórax y en ese momento se la mandamos a la doctora Padilla y al doctor Muro y me indicaron mi tratamiento a seguir en casa”, narra mientras reposa unas horas en su casa, al poniente de la ciudad.
Sergio cuanta que trabaja con enfermero en el Hospital de la Mujer, su esposa labora como parte del personal de limpieza del Hospital General de Zona 6 del Instituto Médico del Seguro Social, por lo que ambos sabían desde un principio de los riesgos de la enfermedad y de los protocolos para mantener superficies de acceso familiar sin rastros de virus.
Después de más de una semana aislado pidió a su esposa que lo internara. El registro de sus niveles de oxígeno, que el mismo se medía, le indicó que sus índices estaban peligrosamente bajos y su salud en riesgo.
Esto fue lo más duro, relata. Había tratado con pacientes COVID-19 y sabía que se avecinaba una batalla difícil para su sistema inmune como paciente hipertenso y diabético.
“Más que nada es el miedo y la ansiedad, todos queremos vivir, todos queremos estar sanos, a veces te afecta más el conocimiento de saber que sigue, porque es lo que más hace que te entre pánico, sabes que si no funciona un tratamiento sigue otro y a lo mejor ninguno funciona”, dice.
Ese viernes fue llevado a un cuarto privado del Hospital General, donde lo atendieron y lo manejaron como un ‘COVID-19 positivo’, aunque volvieron a hacerle una prueba ya internado que confirmó su contagio.
Al llegar lo conectaron a un dispositivo de presión en las vías respiratorias que proporciona aire a través de una mascarilla.
“Me pusieron CPAP (Tratamiento de presión positiva en las vías respiratorias, por sus siglas en inglés), me dieron mis medicamentos, duré ahí 12 días, los primeros cinco no sabía si era día o noche” relata.
En su condición, Sergio necesitó un medicamento que no había en las instituciones gubernamentales, pero su familia, sus compañeros de trabajo y el sindicato laboral al que pertenece, lo ayudaron a conseguirlo en la ciudad de Chihuahua.
El medicamento que refiere es el Jakavi, un fármaco que según comenta, en ese momento estaba siendo probado en pacientes COVID-19 y tenía un costo de hasta 50 mil pesos; dinero que fue reunido por sus propios compañeros y familiares.
“Me dio mucho gusto que mis compañeros de trabajo, que la dirección médica, las jefaturas, el sindicato, mi familia, que todos me apoyaran, porque a veces uno no se siente muy unido a las personas, pero llega el momento que realmente necesitas el apoyo y todos te respaldan, hasta la gente que no esperas, en mi caso fue todo el hospital” afirma.
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Aunque por su trabajo Sergio está acostumbrado a pasar mucho de su tiempo en un hospital, como paciente dice que se sintió muy solo.
“Cuando estas dentro no sabes lo que pasa afuera. Te sientes solo, pero (afuera) hay demasiada gente esperándote”, expresa.
Cuanta que durante su estancia en el hospital a veces sus compañeros le prestaban el teléfono para hablar con mi familia, pero no es lo mismo porque estando adentro del hospital no te dicen nada de cómo están o qué necesitan.
Doce días después de su internamiento, y tras la aplicación del medicamento que le consiguieron en la capital del estado, Sergio fue dado de alta y enviado a su casa.
Como secuela le quedó un dolor de espalda, la mano izquierda dormida, y sudoraciones, síntomas que, asegura, a la fecha desaparecieron.
Lo primero que recuerda de regreso a su casa fue la preocupación de sus hijas, quienes se convirtieron básicamente en sus enfermeras.
“Ellas están bien, nada más tienen ansiedad, miedo, todo el tiempo están checándome, cuidándome, pero si es mucho el miedo que a veces presentan, me checan el oxígeno, que si necesito algo que acomoden las almohadas. También se convirtieron en enfermeras”, relata.
Tras ejercicios como soplar en un popote colocado en un vaso con agua, y algunos sprays para inhalar tres veces al día, la mejoría fue evidente y sus pulmones cada vez estuvieron mejor.
Al salir del hospital y con franca mejoría de su salud, Sergio se mantuvo 10 días más en su casa y guardando restricciones de sana distancia.
Te queda el miedo de que puedes contagiar, afirma.
Días después de regresar a casa, su madre, enfermó; sin embargo, esta presentó síntomas leves, y se alivió rápido.
El 7 de diciembre Sergio regresó a su trabajo en el Hospital de la Mujer, lugar donde ya fue vacunado contra el COVID-19.
“Si nos sentimos más seguros, pero no bajamos la guardia, seguimos cuidándonos mucho y haciendo nuestro trabajo”, relata.
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