Ramón Salazar Burgos
Analista Político
Paz, nació en 1914. Su rebeldía y su revolución no le fueron impuestas desde afuera, eran producto de su linaje. Su abuelo, Irineo Paz, autor del Plan de la Noria y del Plan de Tuxtepec, sirvió a la causa de Porfirio Díaz; su padre, Octavio Paz Solórzano, participó con Emiliano Zapata. Llegando Díaz al poder, el liberalismo queda en el olvido; el padre no tuvo la misma suerte, la revolución de Zapata no triunfa, fue asesinado. El abuelo, que fundó periódicos y ejerció el periodismo, era partidario del liberalismo político, lo movía la revuelta por el poder. El padre, que también ejerció la crítica periodística, buscaba justicia e igualdad social, la del verdadero y único zapatismo; Paz, que primero buscó la revolución, creció entre libros y periódicos; fundó revistas, pero seguiría otros derroteros: la ambivalencia ideológica sería su signo.
El pensamiento juvenil de Paz es una hibridación entre su abuelo y su padre; pero pronto comienza a caminar su propio sendero. De su abuelo, pero sobre todo de su padre, adquiere la sensibilidad social; de sus mentores, las ideas revolucionarias. Viaja a España, simpatiza con su Guerra Civil, defiende a la República y se opone denodadamente al fascismo, en contra del cual compone su famoso poema “No Pasarán”.
El surgimiento de la Guerra Civil Española coincide con la etapa del cardenismo en México. En ese contexto, ser revolucionario, ser de izquierda o ser marxista no tenía gran mérito, lo anómalo en todo caso, como lo fue, era ser simpatizante del fascismo, que pronto derivó en el nazismo; ambos fenómenos hijos del capitalismo, según el joven Paz. Regresa a México de España en 1937, con su fe disminuida en una sociedad más fraternal, transpirando frustración y encono contra la izquierda española que no supo estar a la altura de lo que la causa demandaba. La derrota de los partidarios de la República, aplastados por las botas de Franco, seguramente contraría el ánimo revolucionario de Paz.
Pocos años después, el “México inhabitable”, lo definía la política conservadora de Ávila Camacho; en nada se parece a la “socialista” del régimen cardenista. Se suaviza la lucha de clases, la cultura empieza a ser subvencionada por el Estado, adquiriendo orientación y dirección institucional tendientes a exaltar la mexicanidad. Las revistas independientes, y más todavía si eran críticas, estaban condenadas al fracaso. Paz, se encuentra en una encrucijada, sólo había dos rutas: la revolución esperanzadora o el colaboracionismo institucional. Lanza una admirable, fina y mordaz crítica al sistema, que todo lo empezaba a censurar, controlar o prohibir. Después, cede, contrariado, pero cede. A finales de 1941, se ve obligado a cerrar su instrumento de lucha ideológica y revolucionaria: la revista Taller. Después, por necesidad “rinde su espíritu”. Su silencio se debió al cambio de circunstancias, a sus bolsillos vacíos, pero también seguramente a la escasa solidez de sus principios.
Este era el escenario en el que joven poeta, casi de manera “circunstancial” empieza su carrera “discreta y eficaz” en el servicio exterior mexicano en la ciudad de San Francisco, California. Posteriormente lo trasladan a Francia en donde compagina su responsabilidad oficial con pasión (domesticada, pero al fin pasión) por las letras y la poesía; ahí escribe El Laberinto de la Soledad, su obra más reconocida. A partir de entonces, el Paz revolucionario, impetuoso, contestatario y rebelde, se hunde en las entrañas del Paz moderado, conciliador, autocensurado y apacible. Ese fue su comportamiento en tanto se desempeñaba como diplomático – hasta 1968 cuando renunció –. No podía ser de otro modo, no podía rechazar la filantropía de su benefactor, el Estado.
Paz, durante su larga carrera diplomática, congruente con su misión institucional, ponderó con suavidad el régimen político al que tantos años había servido. Su crítica fue tenue, banal, inocua, superficial, pero también deliberada y calculada, evitaba el desbordamiento. Desvió la vista a otro lado, a la temática neutral y al silencio, a la “vanguardia cultural” que se diseñaba y se dictaba desde el poder.
La represión estudiantil de 1968 tomó por sorpresa en la lejana India al embajador Octavio Paz. Para entonces no era sólo un nombre, era también una figura respetable en el mundo de la cultura y de las letras. Echó la vista atrás y lo envolvió la nostalgia de sus ideas revolucionarias de juventud. Temeroso de quedar excluido de la historia y de la corriente de mexicanos que luchaba por la democratización de la vida nacional y por mayores libertades, se montó en la cresta reivindicatoria, que otros estaban impulsando. Renunció a la embajada y se vino a México.
El Paz respetable y maduro – pero domesticado – de finales de los sesentas, intempestivamente se reencuentra con el Paz rebelde, social y libertario de los treintas y fugazmente regresa por sus fueros. Toma por segunda vez distancia del poder; se da cuenta que sólo así la crítica del escritor – no usaba el término intelectual- puede ser fructífera y veraz. Renuncia a la “filantropía del Ogro.” Empieza a escribir en diferentes medios – aunque por poco tiempo – con la inspiración y la fuerza que produce una moral limpia y comprometida con las mejores causas.
En 1971 se culpa al fascismo de los crímenes; el régimen promete investigar e intenta reconciliarse con la izquierda; algunos escritores lo creen, acompañan al sistema, sin más. Sostienen que no estar con el régimen sería un crimen, lo cual era preferible al fascismo. Paz de algún modo comulga con ello y se une al grupo de escritores que dan su apoyo al régimen; “el bien supremo” de México así lo exigía. Había que mostrar unidad en los tiempos difíciles.
La investigación prometida de la masacre de 1971 se diluyó en la retórica oficialista, Paz se desencanta y emprende una nueva aventura “revolucionaria”, funda y dirige la revista Plural, que utiliza como instrumento para denunciar la mentira ideológica del sistema, pero que también usa como una forma de disidencia frente la cultura predominante de la izquierda mexicana, que lo deja solo. Por estos años su espíritu socialista libertario –como Krauze le llama – se resquebraja y se erige el Paz defensor de la tradición liberal. En 1973 lee el libro Archipiélago Gulag, pero su ruptura definitiva se produce como resultado del encuentro que tuvo con Joseph Brodsky, un intelectual perseguido, disidente de Rusia. Esos dos acontecimientos son fundamentales para que Paz termine por aclarar su pensamiento de cambio ideológico. En marzo, de ese año publica su ensayo, “Polvo de aquellos lodos”, que además de ser una crítica al bolchevismo y al marxismo, termina siendo una dura crítica a su pasado libertario del cual se arrepentía.
Octavio Paz, aunque nunca visitó a la antigua URRS, en los cincuentas hace sus primeras críticas al estalinismo, sólo de oídas. Sus textos posteriores a su denuncia de los campos de concentración rusos se habían movido más en el nivel de las opiniones que en el análisis documentado. La falta de rigor de Paz deja escasa o nulo margen para la credibilidad de su argumentación en contra de la izquierda. Después de ese encuentro con Brodsky, en cuatro noches de febrero, escribe sus poemas “Aunque es de noche”, en los que descarga toda su furia en contra del estalinismo.
Le asaltan repentinamente sus miedos, sus culpas y los fantasmas de su pasado revolucionario; se avergüenza y toma distancia de su antiguo pensamiento y, para reivindicarse, escribe el poema “Nocturno a San Ildefonso”, en el que justifica la inocencia de su pensamiento revolucionario de juventud. Fue un grito desesperado, por la urgencia y la desesperación de comunicar que quería estar en el gran círculo, aunque fuera como siervo o súbdito, aunque fuera como cortesano. Quemó sus viejas naves, levantó la vista al Trono y en un acto de inaudita genuflexión, ofreció su pensamiento y sus armas al nuevo amo.
Estrena lenguaje. La contrición mayor de Paz empieza con la fundación de la revista Vuelta, que no significaba un retorno a su pasado, pero sí pasar la página. Tampoco significaba una reconciliación con su viaja ideología, pero sí representaba la profundización de la brecha con su pasado. Quería abjurar su pensamiento juvenil, pero sobre todo quería dejar testimonio que su arrepentimiento era de verdad, que no vacilaba. En Vuelta tuvieron espacio muchos intelectuales disidentes de la Europa del Este, ese era su propósito. La revista la dirigió en contra de sus viejas creencias y sus defensores, pero la convirtió sobre todo en su instrumento, ahora para defender su nueva ideología.
En 1990, justo cuando el socialismo real se derrumbaba, y cuando Occidente estaba dando la última batalla en contra de sus adversarios ideológicos, Paz, organiza en México el encuentro La Experiencia de la Libertad, para revisar “sin triunfalismos” las luces y sombras de las dos tradiciones políticas de la época, pero invita sólo a los disidentes y revisionistas más representativos del marxismo. Fue ahí donde Mario Vargas Llosa, otro liberal recalcitrante, llamó al régimen mexicano, con la expresión de la “dictadura perfecta”, intervención que Paz tuvo que matizar de forma inmediata. Este mismo año tendría su mejor recompensa: obtuvo el premio nobel de literatura.
No es cierto que Paz haya tenido como propósito, en dicho encuentro, reconciliar las dos grandes tradiciones políticas de nuestro tiempo: el capitalismo y el socialismo. Tal vez fue en realidad un “socialista libertario”, pero un socialista libertario hubiera criticado al estalinismo, pero defendido al socialismo, que nada tenía que ver con los errores de Stalin. Él no lo hizo, pero sí abrazó al neoliberalismo.
Cuando se escudriña la biografía de personajes importantes, pero controvertidos, se intenta rescatar lo mejor de su pasado. Con la nostalgia que produce el análisis retrospectivo, se les endosa encanto y magia cautivadora; se les disculpa, en este caso a Paz, la vocación revolucionaria de su pasado. Ser revolucionario es buena idea, siempre y cuando se hable en tiempo pasado, no en presente ni en futuro.
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*Interpretación realizada del libro: Octavio Paz.
El Poeta y la Revolución (Enrique Krauze (2013)