Estamos frente a un fenómeno en donde el consumo de fructuosa puede estar empeorando muchas condiciones más allá de lo que ya conocemos del síndrome metabólico, de diabetes, obesidad, hipertensión, puede estar empeorando el sistema nervioso central, advierte el investigador en ciencias médicas Javier Franco-Pérez
Por Kennia Velázquez / PopLab
La fructosa es un azúcar que se encuentra en las frutas principalmente, pero por su bajo costo se ha utilizado intensivamente por la industria alimentaria en bebidas azucaradas, panes, salsas de tomate, cereales, aderezos, yogures, entre otros comestibles ultraprocesados y por supuesto no tiene el mismo valor nutrimental que cuando se consume en productos naturales.
Al encontrarse en una gran cantidad de productos de la dieta actual solemos consumirla en exceso – aún sin saberlo- lo que lo convierte en un nutriente crítico, es decir, que al ingerirlo “por arriba de los valores nutrimentales recomendados son considerados como factores de riesgo asociados con enfermedades no transmisibles”.
Además de estar asociada a la obesidad y a factores de riesgo de síndrome metabólico, la hipertensión, la resistencia a la insulina y la glucemia elevada en ayunas, hay evidencia científica de que la ingesta crónica de fructosa provoca alteraciones metabólicas que pueden estar asociadas con el deterioro de la función cerebral, específicamente en el ciclo sueño-vigilia y la locomoción en ratas, así como deterioro de capacidades cognitivas como el aprendizaje y la memoria espacial.
El investigador en ciencias médicas Javier Franco-Pérez explica en esta entrevista que cuando se ingiere la fructosa “de manera natural en frutas o en miel, las concentraciones pueden ser bajas, pero si hablamos de que la consumimos diariamente en refrescos, caramelos, panecillos, entonces las concentraciones son altas. Nosotros hicimos un cálculo que si tomamos medio litro de refresco todos los días, entonces al año calculamos que estaríamos ingiriendo aproximadamente 10 kilogramos de fructosa”.
Franco Pérez explicó que en su investigación con ratas encontró que, después de que por varias semanas consumieran fructosa hubo un incremento en los niveles de dopamina, ésta es “un neurotransmisor, que está relacionado con la motivación, con el placer. Pero también se incrementa en procesos de adicciones, es decir, con drogas estimulantes como la cocaína o la metanfetamina”.
Las ratas recibieron durante 12 semanas fructosa, al quitárselas, las pusieron en un laberinto del cual conocían la salida, pero las que consumieron fructosa, no encuentran la salida o se tardan muchísimo en encontrar el escape, a diferencia de aquellas que sólo tomaron agua durante ese tiempo. “Estas ratas tienen un déficit en la memoria espacial, también vimos que tienen procesos inflamatorios en el cerebro”, señala el investigador.
Cada vez hay más estudios que demuestran que el estado intestinal afecta al cerebro, Franco Pérez recuerda que “el consumo constante o diario de fructosa puede ser un factor de riesgo muy alto para la enfermedad de Alzheimer por ejemplo. Hay otro estudio en el que vieron que las ratas que consumen fructosa tienen una peor recuperación o un déficit de recuperación después de un infarto cerebral. Estamos frente a un fenómeno en donde este consumo puede estar empeorando muchas condiciones más allá de lo que ya conocemos del síndrome metabólico, de diabetes, obesidad, hipertensión, puede estar empeorando algunas otras patologías, por ejemplo, del sistema nervioso central”.
Por lo que el investigador sugiere que “tenemos que aprender a cambiar nuestra alimentación, a veces es complicado, pero a final de cuentas yo creo que ahora nos estamos dando cuenta que muchas de las enfermedades tienen que ver con lo que comemos”.
Les invitamos a escuchar la entrevista completa en el POPCast del Laboratorio de Periodismo y Opinión Pública:
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Este trabajo fue publicado originalmente en Zona Docs que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar su publicación.