Hablemos de salud mental sin prejuicios. Pero que no se nos olvide enlistar las continuas prácticas desleales y fraudes de la industria farmacéutica, los efectos adversos de los fármacos, y la falta de estudios serios y diagnósticos diferenciados que aporten luz a la experiencia particular de las mujeres
Por Celia Guerrero
Tw: @celiawarrior
Si, a diferencia de algunas personas —vamos a decir, más bien, a diferencia de una periodista treintañera en eterna crisis existencial—, usted vive despreocupado de los debates al rededor de la salud mental, es probable que aún no se haya enterado de una de las discusiones recientes más importantes sobre la práctica psiquiátrica. Es un alboroto dentro de la comunidad científica, sin embargo, poco se está discutiendo fuera de la misma.
Se trata de la agitación derivada del artículo The serotonin theory of depression: a systematic umbrella review of the evidence, publicado en julio de 2022 en la revista Nature, que pone en entredicho el gran paradigma de que la depresión está ligada a un desequilibrio químico, específicamente de la serotonina, en el cerebro.
La ya emblemática publicación es principalmente incendiaria de la teoría que se sostiene la medicalización de millones de personas en el planeta, razón por la que creo vale sea difundida de manera ética y clara, si es digerida o traducida, de preferencia en medios especializados, como en esta entrevista a uno de los científicos involucrados en el estudio. Además, hay que señalar que recientemente recibió una respuesta que cuestiona, entre otras cosas, la metodología.
Lo que hasta el momento es un debate abierto —por no decir, campal— en el más alto grado de las esferas científicas, debería bajar de forma adecuada al público amplio, aún cuando sea una discusión inacabada, o que se apoye, sopese o cuestione sus conclusiones. Me parece, sobretodo, un derecho de las usuarias y usuarios de los fármacos conocidos como antidepresivos.
Ahora que si consideramos la clave feminista que indica la politización permanente de la salud mental, además de recordar la historia de la psiquiatría, de la industria farmacéutica y la tendencia a la sobre medicalización de los cuerpos de las mujeres, se trata de una postura a tomar.
En México, la Encuesta de Bienestar Autorreportado (EMBIARE) de 2021 indicó una proporción de población con síntomas depresivos del 15 por ciento en adultos. Sin embargo, entre mujeres esta cifra era aún mayor: 19 por ciento.
Otros datos significativos de la EMBIARE son los que indican los estados en los que las mujeres reportaron mayores porcentajes de síntomas de depresión fueron Guerrero, Tabasco, Zacatecas, Durango y Guanajuato.
También, en el aspecto general, en una serie de gráficas se detalla la relación de síntomas de depresión y ansiedad a la economía, la violencia, las relaciones interpersonales y en el ámbito laboral. La “agresión física por alguien con quien vive” o “por un desconocido” son las respuestas más persistentes.
O qué tal el porcentaje que declaró “haber tomado decisiones libremente en su vida”: 92 por ciento, mujeres; 95 por ciento, hombres…
Pero volvamos a la salud mental, a la depresión, la primera causa de discapacidad (“pérdida de años saludables”) en mujeres y la novena en hombres en México, de acuerdo a lo documentado también por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía en 2015.
Este mismo análisis hace notar la relación de la depresión al abuso físico (63 por ciento) y abuso sexual (48 por ciento), siendo en este segundo caso mayor en mujeres. Mientras, del total de personas que tomaban antidepresivos, unos 414 mil eran hombres y 1.22 millones, mujeres.
Las cifras anteriores, más la discusión de la publicación científica que desestima la teoría del “desequilibrio químico”, más la curiosidad o el algoritmo, me llevaron al proyecto Las pastillas y yo del medio peruano Salud con Lupa, una serie que aborda con precisión un aspecto principal para la correcta politización de la salud mental: la toma de medicamentos.
Vale, hablemos de salud mental sin prejuicios. Pero que no se nos olvide enlistar las continuas prácticas desleales y fraudes de la industria farmacéutica, la misoginia generalizada que se imparte cual cátedra desde las escuelas de medicina, los efectos adversos o secundarios de los fármacos, y la falta de estudios serios y diagnósticos diferenciados que aporten luz a la experiencia particular de las mujeres.